"Maniobré hasta el parque de skate más cercano. No quería que nadie supiera que había huido del colegio en horario de clases. No quería que nadie supiera lo imbécil que me sentía. ¿Acaso las cosas nunca podían salirme bien?
Dejé caer la patineta que llevaba entre mis brazos, y apoyé mis pies sobre la tabla, sintiendo la adrenalina que me provocaba deslizarme por el trabajado suelo de concreto. Por el momento, no podía hacer nada más que escapar de mis problemas en lugar de enfrentarlos como cualquier persona madura haría. 
Me dirigí hacia una empinada rampa, subiendo sin dificultades hasta la parte más alta. Eché un vistazo hacia lo que me esperaba debajo; una pronunciada curva recubierta de grafitis coloridos, nada que supusiera algún tipo de reto para mí. Sabía que a mis padres no les simpatizaba que viniera hasta aquí con demasiada frecuencia, pero ellos no podían impedirme que hiciera lo que más me apasionaba. Ésta era mi vida, y yo podía hacer de ella lo que se me diera la gana. 
Sin miedo, me incliné apenas unos milímetros hacia adelante, permitiéndome patinar por el cemento, sintiendo el viento despeinarme el cabello, sintiendo los potentes rayos del sol iluminarme el rostro, sintiendo como lentamente lograba alejarme de todo, y tan sólo concentrarme en cada uno de mis movimientos. 
Bajé la vista hacia mis gastadas zapatillas rojas, y entrecerré los ojos, algo nerviosa, intentando dominar un truco que hacía no tanto tiempo atrás había aprendido. Fatal error. Una vez más, la gravedad había impedido que las ruedas se despegaran del suelo, y no todo saliera tal como yo lo había calculado. Caí de rodillas sobre el concreto, haciendo que dos enormes agujeros se descocieran en la parte delantera de mis jeans. Ahogué un grito, desgarrada por el dolor, y me senté vacilante, apoyando mi espalda sobre las curvas de la rampa. Noté como mis ojos se humedecían con rapidez; a veces, hasta el mismo maestro podía equivocarse. 
Una fría gota de sangre comenzó a rodar por mi piel, y la detuve con la presión de mi propia mano. Demonios; no podía llegar así a casa. Mis padres sabrían qué era lo que había estado haciendo. Afortunadamente, la herida no era lo demasiado profunda. 
-¡Ay!- exclamé. Sentía un insoportable ardor en todo el cuerpo, inmovilizándome por completo de pies a cabeza. Una persona que practicaba un par de giros con su patineta a pocos metros de donde yo me encontraba, se volteó al oírme. Era un chico que, según mis deducciones, debía de tener mi edad. Llevaba puestos unos llamativos pantalones caídos en tonos de rojo, mientras que una remera de mangas cortas negra algo ajustada mostraba su trabajado abdomen, y dejaba entrever sus musculosos brazos recubiertos en tatuajes. En sus pies, calzaba unas zapatillas también negras, y de debajo de una gorra de lana gris, asomaban un par de mechones de su lacio cabello castaño. Observándolo, me había dado cuenta de que, al menos por un segundo, había olvidado el raspón en mi rodilla. 
El chico se acercó hasta mí, y se acuclilló sobre el suelo, para poder quedar a mi altura y hablarme de frente.
-¿Estás bien?- preguntó con voz grave y varonil. Sus ojos color canela adquirieron un extraño brillo dorado cuando, accidentalmente, se cruzaron con los míos. Un tanto sonrojado, sonrió de costado, permitiéndome descubrir sus perfectos dientes blancos y dos pequeños hoyuelos remarcarse al costado de su boca. 
-Eso creo.- asentí, aún sin aliento, sintiendo un nudo en el estómago cuando por fin junté las fuerzas necesarias como para tomar su mano y ponerme en pie."