#MiDemonioÁngel
#capitulodoce (parte uno)


El campo de deportes que __ llama casa es inexplicablemente grande, tal vez uno de los ‘súper-sitios’ dobles construidos para una época en que el mayor dilema que enfrentaba el mundo era dónde hacer todas las fiestas. Desde el exterior no hay nada que ver, sólo un óvalo gigantesco de paredes con rasgos distintivos, un arca de concreto que ni siquiera Dios puede hacer flotar. Sin embargo, el interior revela el alma del Estadio: caótico pero aferrándose  al orden, como los extensos barrios de Brasil, si hubieran sido diseñados por un arquitecto modernista. 

Se arrancaron todas las gradas para dar cabida a una amplia red de rascacielos en miniatura, casas desvencijadas construidas altas y delgadas  de forma poco natural para la conservación de los bienes inmuebles. Sus paredes son una mezcolanza de materiales recuperados, una de las torres más altas inicia con hormigón y se vuelve más endeble al levantarse, desde el acero al plástico a un noveno piso precario de tableros de partículas empapadas. La mayoría de los edificios parece que deberían colapsar en la primera brisa, pero toda la ciudad se sostiene con redes rígidas de cable que salen de una torre a otra, sujetando firme la red. Las paredes interiores del Estadio se asoman altas por encima de todo, erizadas  de tubos cortados, alambres, clavos y barras de refuerzo que brotan del suelo como una barba incipiente. Unas farolas proporcionan una tenue luz naranja, dejando esta ciudad de nieve ahogada en las sombras. 

Al momento en que salgo  del túnel de entrada, mi pecho se inflama  con el golpe de olor humano. Está  a mi alrededor, tan dulce y potente que es casi doloroso, me siento como si me estuviera ahogando en un frasco de perfume. Pero en medio de esta espesa niebla, puedo sentir a __. Su olor característico se asoma por el ruido, gritando como una voz bajo el agua. La sigo. 

 Las calles son del ancho de aceras, estrechas franjas de asfalto vertidas sobre el antiguo césped artificial, que se asoma a través de los huecos no pavimentados como el llamativo verde musgo. No hay nombres en las señales de tránsito. En vez de enumerarlas con nombres de  estados, presidentes o variedades de árboles, muestran simples gráficos en blanco: manzana, pelota, gato, perro; una guía de niños para el alfabeto. Hay barro por todas partes, por el asfalto y acumulándose en las esquinas con el detritus de la vida cotidiana: latas de refresco, colillas, condones usados y cartuchos de balas. 

Estoy tratando de no mirar boquiabierto la ciudad como el turista de regiones apartadas que soy, pero algo más allá de la curiosidad pega mi atención a cada curva y azotea. Tan nuevo que es todo esto para mí, tengo una sensación fantasmal de reconocimiento, incluso nostalgia, y mientras camino hacia lo que debe ser calle Ojo, algunos de mis recuerdos robados comienzan a agitarse.  

Aquí es donde comenzamos. Aquí es donde nos enviaron cuando las costas desaparecieron. Cuando las bombas cayeron. Cuando nuestros amigos murieron y resucitaron como extraños crueles y desconocidos. 

No es la voz de Perry,  es  la de todos, un coro de murmullos de todas las vidas que he consumido, reunidos en el salón oscuro de mi subconsciente para recordar el pasado. 

Avenida Bandera, donde plantaron los colores de nuestra nación, en la época en que todavía existían las naciones y sus colores importaban. Calle Arma, donde establecieron los campos de guerra, planeando ataques y defensas contra nuestros enemigos interminables, Vivos tan a menudo como Muertos. 

Camino con la cabeza gacha, manteniéndome lo más cerca de las paredes como puedo. Cuando me encuentro con alguien que viene en dirección contraria mantengo los  ojos en línea recta hasta el último momento posible, entonces me permito un contacto breve, para no parecer inhumano. Pasamos rápidamente con asentimientos torpes. 

No hizo falta mucho para reducir el castillo de naipes de la civilización. Sólo unas pocas ráfagas y pasó, la balanza se inclinó, se rompió el encanto. Los buenos ciudadanos se dieron cuenta de que las líneas que habían dado forma a sus vidas eran imaginarias y se cruzaban con facilidad. Tenían deseos y necesidades y el poder para satisfacerlas, así que lo hicieron. En el momento en que se apagaron las luces, todo el mundo dejó de fingir. 

Empecé a preocuparme por mi ropa. Todo el mundo con el  me encuentro lleva pantalón gris grueso, abrigos impermeables, botas de trabajo cubiertas de barro. ¿En qué mundo estoy viviendo todavía? ¿En uno donde la gente se viste por la estética? Si nadie se da cuenta de que soy un zombie, aun así pueden pedir ayuda por lunático que vaga por las calles con camisa y pantalones. Acelero el ritmo, olfateando desesperadamente el rastro de __. 

Avenida Isla, donde construyeron el patio de las reuniones de la comunidad, donde ‘ellos’ se convirtió en ‘nosotros’, o así lo creímos. Votamos y escogimos a nuestros líderes, hombres y mujeres encantadores con dientes blancos y lenguas plateadas, y pusimos nuestras muchas esperanzas y temores en sus manos, creyendo que aquellas manos eran fuertes porque tenían un apretón firme. Nos fallaron, siempre. No había manera de que no nos pudiesen fallar; eran humanos, y nosotros también. 

Me desvío de la calle Ojo y bajo hacia el centro de la red. El aroma de __ se hace  más inconfundible, pero su dirección exacta sigue siendo vaga. Sigo esperando que salga alguna pista del coreo de mi cabeza, pero estos fantasmas antiguos no tienen ningún interés en mi búsqueda insignificante.  

Calle  Joya, donde construimos las escuelas una vez que aceptamos que ésta era la realidad, que éste era el mundo que nuestros hijos heredarían. Les enseñamos cómo disparar, cómo verter el concentrado, cómo matar y cómo sobrevivir, y si llegaban tan lejos, si dominaban  esos conocimientos y tenían tiempo de sobra, entonces les enseñábamos a leer y escribir, a razonar, relacionar y a entender su mundo. Tratamos fuertemente al principio, no había mucha esperanza y fe, pero fue una colina empinada que subir en la lluvia, y muchos se deslizaron hasta la base. 

Me doy cuenta de que los mapas de estos recuerdos son un poco anticuados, la calle que a la que llaman  Joya  ha cambiado de nombre. La señal es más reciente, de un verde fresco primario, y en lugar de un icono visual tiene una palabra real impresa en ella. Intrigado, me dirijo en esa intersección y veo un ancho edificio de metal atípico. El aroma de __ es aún lejano, así que sé que no debería detenerme, pero la pálida luz que entra por las ventanas parece pinchar cierta angustia sin palabras en mis voces interiores. A medida que presiono mi  nariz contra el cristal, sus reflexiones se quedan en silencio.

Una gran habitación. Filas y filas de mesas de metal blanco con luces fluorescentes. Decenas de niños, todos menores de diez años, divididos por fila en grupos: una fila reparando generadores, una fila en el  tratamiento de gasolina, una fila limpiando rifles, afilando cuchillos, cosiendo heridas. Y en el borde, muy cerca de la ventana desde la que estoy mirando: una fila diseccionando cadáveres. Excepto, por supuesto, que no son cadáveres. Cuando una niña de ocho años de edad con trenzas rubias, saca la carne de la boca de su sujeto, revelando la sonrisa torcida debajo, los ojos de éste se abren y mira a su alrededor, lucha brevemente contra las  ataduras, luego se relaja, pareciendo cansado y aburrido. Echa una mirada hacia la ventana y hacemos un breve contacto visual, justo antes de que la chica le corte los ojos.

Tratamos de hacer un mundo hermoso aquí, mascullaron las voces. Hubo quienes vieron el fin de la civilización como una oportunidad para empezar de nuevo, para deshacer los errores de la historia, para volver a vivir la adolescencia incómoda de la humanidad con toda la sabiduría de nuestra era moderna. Pero todo estaba sucediendo tan rápido. 

Oigo el ruido de una pelea violenta desde el otro extremo del edificio, zapatos raspando contra el cemento, codos golpeando la chapa de metal. Luego, un  gemido  bajo y húmedo. Cruzo el edificio en busca de un punto de vista mejor. 

Fuera de nuestras paredes había hordas de hombres y monstruos dispuestos a robar lo que teníamos, y en el interior estaba nuestro propio guiso dañado, tantas culturas, lenguas y valores incompatibles embalados en una caja pequeña. Nuestro mundo era demasiado pequeño para compartir pacíficamente. La conclusión nunca llegó, la armonía era imposible, así que ajustamos nuestros objetivos. 

A través de otra ventana veo un gran espacio abierto como un almacén, poco iluminado y lleno de coches rotos y pedazos de escombros, como si el paisaje simulara la ciudad exterior. Una multitud de niños mayores rodea un corral de vallas de alambre y barreras de hormigón de autopista. Se asemejan a las ‘zonas de libre expresión’ una vez utilizadas para contener a los manifestantes fuera de los mítines políticos, pero en lugar de estar repletas de disidentes agitando carteles, la jaula está ocupada por sólo cuatro figuras: un adolescente blindado de la cabeza a los pies con un equipo antidisturbios y tres muertos  mal disecados.

¿Se puede culpar a  los médicos de la Edad Media por sus métodos? ¿El derramamiento de sangre, las sanguijuelas, los agujeros en los cráneos? Se abrían paso a ciegas, aferrándose a los misterios de un mundo sin ciencia, pero la plaga estaba sobre ellos, tenían que hacer algo. Cuando llegó nuestro turno, no fue diferente. A pesar de toda nuestra tecnología e iluminación, escalpelos láser y servicios sociales, no fue diferente. Estábamos igual de ciegos y desesperados. 

Puedo decir por la forma en que se tambalean que los muertos en esta arena se mueren de hambre. Deben saber dónde están y qué va a pasar con ellos, pero están más allá del poco auto-control que tenían.  Embisten hacia el chico y él apunta con su escopeta. 


El mundo exterior se había hundido ya en un mar de sangre, y ahora esas olas rompían sobre nuestro bastión; tuvimos que apuntalar las paredes. Nos dimos cuenta de que lo más cerca que nunca íbamos a llegar a la verdad objetiva,  era la creencia de la mayoría, así que elegimos la mayoría e ignoramos las otras voces. Nombramos generales y contratistas, policías e ingenieros, desechamos cada ornamento no esencial. Fundimos nuestros ideales bajo gran calor y presionamos hasta que las partes blandas se quemaron, y  lo que emergió fue un marco templado lo suficientemente rígido para soportar el mundo que habíamos creado.

 ―¡Incorrecto!  ―le  grita  el instructor al chico en la jaula cuando el chico dispara al muerto que avanza, haciendo huecos en el pecho y despegando dedos y pies―. ¡Dale en la cabeza! ¡Olvídate de que el resto está allí siquiera!  

El chico dispara dos rondas más que falla por completo, golpeando en el techo de madera pesada. El más rápido de los tres zombies se apodera de sus brazos y le saca la pistola de las  manos, lucha con el gatillo de seguridad verificador de pulso por un momento, luego lanza el arma a un lado y aborda al chico en la valla, mordiéndolo salvajemente en el casco. El instructor entra en la jaula y golpea con la pistola la cabeza de los zombies, dispara un poco y sujeta la pistola.  

―Recuerden  ―le  anuncia  a  toda  la  sala―,  el retroceso en una escopeta automática va a llevar cañón hacia arriba, sobre todo en esas viejas Mossberg24, por lo que apunten bajo o dispararán al cielo azul. ―Revisa el arma y la empuja hacia las manos temblorosas del chico―. Continúa. 

El muchacho vacila, luego levanta  el cañón y dispara dos veces. Unos pedazos de sangre golpean contra su máscara de seguridad, manchándola de negro. Él se arranca el casco y mira los cadáveres a sus pies, respirando con dificultad y luchando por no llorar. 

―Bien ―dice el instructor―. Hermoso. 

Sabíamos que estaba todo mal. Sabíamos que nos estábamos disminuyendo de maneras que ni siquiera podíamos nombrar, y lloramos por los recuerdos de días mejores pero ya no vimos opción. Estábamos haciendo lo posible para sobrevivir. Las ecuaciones en las raíces de nuestros problemas eran complejos, y estábamos demasiado agotados para resolverlos. 

Finalmente, un ruido de resoplido a mis pies me arranca de la escena en la ventana. Miro hacia abajo y veo a un perrito pastor alemán que estudia  mi pierna con las ventanas de la nariz húmedas. Mira hacia mí. Miro hacia él. Se queda ahí feliz por un momento, luego comienza a morder mi pantorrilla.

―¡Trina, no! 

Un niño corre y agarra el collar de la perra, la tira lejos de mí y la arrastra de nuevo hacia la puerta abierta de una casa.  

―Perra mala. 

Trina tuerce la cabeza para mirarme con nostalgia. 

―¡Lo siento! ―grita el niño desde el otro lado de la calle. 

Le doy un ademán fácil, no hay problema. 

 

Una joven sale de la puerta y se para junto a él, sacando la barriga y mirándome con ojos grandes y oscuros. Su cabello es negro, el del niño es rubio y rizado. Ambos están alrededor de los seis. 

―¿No se lo digas a mamá? ―me pide. 

Muevo la cabeza, tragando un reflujo repentino de emociones. El sonido de las voces de estos niños, su dicción perfectamente infantil... 

―¿Ustedes... conocen a __? ―les pregunto. 

―¿__ Cabernet? ―pregunta el muchacho. 

―__ Gri... gio. 

―Nos gusta __ Cabernet mucho. Ella nos lee todos los miércoles. 

―¡Historias! ―añade la joven. 

No reconozco este nombre, pero algún pedazo de mi memoria se beneficia con su sonido.  

―¿Sabes... dónde vive? 

―Calle Margarita ―dice el muchacho. 

―¡No, Calle Flor! ¡Es una flor! 

―Una margarita es una flor. 

―Oh. 

―Ella vive en una esquina. Margarita es la calle y la avenida del Diablo.

 ―¡Avenida Vaca! 

―No es una vaca, es el diablo. Las vacas y el diablo tienen cuernos. 

―Oh. 

―Gracias ―les digo a los niños y me vuelvo para irme. 

―¿Eres un zombie? ―me pregunta la chica en un chillido tímido. 

Me congelo. Ella espera mi respuesta, torciéndose a la izquierda y la derecha sobre los talones. Me relajo, sonrío a la niña y me encojo de hombros.  

―__… no lo cree. 

Una voz enojada desde una ventana del quinto piso les grita algo sobre el toque de queda, el cierre de la puerta y no hablar con extraños, así que me despido de los niños y deprisa voy hasta la calle Margarita y Diablo. El sol está bajo y el cielo está  de color anaranjado. En un altavoz lejano suena una secuencia de números, y la mayoría de las ventanas alrededor mío se oscurecen. Me aflojo la corbata y empiezo a correr. 

La intensidad del olor de __ se duplica con cada bloque. Mientras las pocas estrellas aparecen por primera vez en el cielo de forma ovalada del estadio, giro en una esquina y me detengo bajo de un solitario edificio con revestimiento de aluminio blanco.  La mayoría de los edificios parecen ser complejos multi-familiares  de apartamentos, pero éste es más pequeño, más estrecho, y está separado de sus vecinos apretados por una distancia incómoda. Cuatro pisos de alto, pero apenas dos cuartos de ancho, lo que hace que parezca un cruce entre una casa y una torre de vigilancia penitenciaria. Las ventanas están a oscuras a excepción de un balcón del tercer piso que sobresale por el lado de la casa. El balcón parece incongruentemente romántico en esta estructura austera, hasta que noto los rifles de francotirador giratorios montados en cada esquina. 

Escondido detrás de una pila de cajas en el patio trasero de césped artificial, oigo voces dentro de la casa. Cierro los ojos, disfrutando de sus timbres y ritmos dulces y ácidos. Oigo a __. __ y otra chica, hablando de algo en un tono nervioso y sincopando como el jazz. Me encuentro a mí mismo tambaleándome ligeramente, bailando con su ritmo de conversación. 

Con el tiempo la conversación se apaga, y __ sale al balcón. Sólo ha pasado un día desde que se fue, pero el sentimiento de  reunión  que surge en mí es décadas más fuerte. Ella apoya los codos en la barandilla, viéndose fría en tan sólo una camiseta negra sobre las piernas desnudas.  

―Bueno, aquí estoy de nuevo ―dice ella, aparentemente a nadie más que el aire―.  Mi papá me dio una palmada en la espalda cuando entraba por la puerta. En realidad me dio una palmada en la espalda, como un maldito entrenador de fútbol. Todo lo que dijo fue: ‘Me alegro de que estés bien’, entonces salió corriendo a alguna reunión de proyecto o algo por el estilo. No puedo creer lo mucho que es... Quiero decir, nunca fue exactamente cariñoso, pero...  ―Oigo un pequeño clic y ella no habla por un momento. Luego otro clic―.  Hasta  que  lo  llamé  supongo que tuvo  que haber asumido que había muerto, ¿verdad? Sí, envió a los grupos de búsqueda, pero ¿con qué frecuencia regresa  la gente realmente de este tipo de cosas? Así que para él... estaba muerta. Y tal vez estoy siendo demasiado dura, pero no lo imagino llorando por eso. Quien sea que le dio la noticia, es probable que se palmearan unos a otros en la espalda y dijeran: ‘Soldado continúe, soldado,’ y luego volvieron a su trabajo. ―Se queda mirando el suelo 

como si pudiera ver a través de él, hasta el núcleo infernal de la Tierra―. ¿Qué pasa con la gente? ―dice, casi demasiado bajo  para  que  lo  escuche―.  ¿Nacieron con piezas faltantes o se cayeron en algún lugar a lo largo del camino? 

Ella guarda silencio por un tiempo, y estoy a punto de dejarme ver cuando de repente se ríe, cerrando los ojos y moviendo la cabeza.  

 

―De hecho, extraño a ese estúpido... ¡Extraño a L! Sé que es una locura, pero ¿es realmente una locura? ¿Sólo por el hecho de que él es… lo que sea que sea? Quiero decir, ¿no es ‘zombie’ sólo un nombre tonto que se nos ocurrió para un estado del ser que no entendemos? ¿Qué hay en un nombre?, ¿verdad? Si fuéramos... Si hubiera algún tipo de...  ―Ella se calla, y luego se detiene y levanta una mini-grabadora de vídeo a la altura de los ojos,  apuntando hacia ella―.  A  la  mierda  esto  ―murmura para sí misma―.  Diario a vídeo... no es para mí.  ―La  lanza desde el balcón. Rebota con una caja de suministro y aterriza a mis pies. La recojo, y la meto dentro de mi bolsillo y presiono mi mano contra ésta, sintiendo cómo se entierran sus esquinas en mi  pecho. Si alguna vez vuelvo a mi 747, este recuerdo se va a la pila más cercana a donde duermo.  __ salta sobre la baranda del balcón y se sienta de espaldas a mí, escribiendo en su vieja Moleskine25 maltratada.

 ¿Diario o  poesía? 

Ambos, tonto. 

¿Estoy en ella?

Salgo de las sombras.  

―__ ―susurro.

 Ella no se asusta. Se da la vuelta lentamente, y una sonrisa se derrite en su cara como un deshielo lento.  

―Oh... Dios mío ―dice medio riendo, entonces se baja de la barandilla y se da vuelta para mirarme a la cara―. ¡L! ¡Estás aquí! Oh, ¡Dios mío! 

Sonrío.  

―Hola. 

―¿Qué estás haciendo aquí? ―sisea, tratando de mantener su voz baja. 

Me encojo de hombros, decidiendo que este gesto, de que es fácil de abusar, tiene su lugar. Puede ser incluso el vocabulario fundamental en un mundo tan indescriptible como el nuestro. 

―Vine... a verte.

 


Ya sabes lo que tienes que haces, aun que nunca lohagas. da #rt o #fav a la imagen, o aun mejor, deja tu comentario
#Lu