#MiDemonioÁngel
#capitulo Paso dos:''querer'' (parte uno)

Soy joven. Soy un muchacho adolescente inflamado en salud, fuerte y viril,  palpitando con energía. Pero he envejecido. Cada segundo me envejece. Mis células se extienden más delgadas, endureciéndose, enfriándose, oscureciéndose. Tengo quince años, pero cada muerte a mí alrededor, añade una década. Cada atrocidad, cada tragedia, cada pequeño momento de tristeza. Pronto seré anciano. 

Aquí estoy, Perry Kelvin en el Estadio. Oigo pájaros en las paredes. Los gemidos bovinos de palomas, los gorjeos musicales de estorninos. Alzo la vista y respiro profundamente. El aire está mucho más limpio últimamente, incluso aquí. Me pregunto si a esto es lo que olía  el mundo cuando era nuevo, siglos antes de las chimeneas. Me frustra y me fascina que nunca lo vayamos a saber a ciencia cierta, que a pesar de los mejores esfuerzos de historiadores, científicos y poetas, hay cosas que nunca sabremos. ¿Cómo sonaba la primera canción? ¿Cómo se sintió ver la primera fotografía? ¿Quién dio el primer beso?, y  ¿fue bueno? 

―¡Perry! 

Sonrío y saludo a mi pequeño admirador mientras él y su docena de hermanos adoptivos cruzaban la calle en línea, de la mano.  

―Hey… amigo ―le grito. 

Nunca puedo recordar su nombre. 

―¡Vamos a los jardines!  

―¡Genial! 

__ Grigio me sonríe, liderando su fila como una madre cisne. En una ciudad de miles me encuentro con ella casi cada día, a veces cerca de las escuelas donde parece probable, a veces en las esquinas exteriores del Estadio donde las probabilidades son escasas. ¿Me está acosando o la estoy acosando yo? De cualquier manera, siento un impulso de las hormonas del estrés disparándose a través de mí siempre que la veo, precipitándose a mis palmas haciéndolas sudar y a mi cara llenándola de granos. La última vez que nos encontramos, ella me llevó a la azotea. Escuchamos música durante horas, y cuando el sol bajó, estoy bastante seguro de que casi nos besamos.

 ―¿Quieres venir con nosotros, Perry? ―dice―. ¡Es un viaje de campo! 

―Oh  diversión…  un viaje de campo al lugar donde acabo de pasar ocho horas trabajando. ―Hey, no hay muchas opciones en este lugar. 

―Me he dado cuenta. 

Ella hace señas para que me acerque e inmediatamente obedezco, haciendo mi mejor esfuerzo por parecer reacio.  

―¿No los dejan alguna vez salir a la calle? ―me pregunto, viendo la marcha de los niños al mismo paso torpe.

 ―La señora Grau diría que estamos fuera. 

―Me refiero a fuera. Árboles, ríos, etc. 

―No hasta que tengan doce. 

―Horrible. 

―Sí… 

Caminamos en silencio excepto por el murmullo de los niños hablando a nuestras espaldas. Las paredes del Estadio protegen como los padres que estos niños nunca conocerán. Mi emoción al ver a __ se oscurece bajo una nube repentina de melancolía. 

―Cómo soportas estar aquí ―digo, preguntando apenas. 

__ me mira con el ceño fruncido. 

 ―Conseguimos salir. Dos veces al mes. 

―Lo sé, pero… 

Ella espera.  

―¿Qué, Perry? 

―¿Alguna vez te preguntaste si esto incluso vale la pena? ―Hago un gesto vago hacia las paredes―. ¿Todo esto? 

Su expresión se agudiza.

―Quiero decir, ¿realmente estamos mucho mejor aquí? 

―Perry ―me espeta con una vehemencia inesperada―. No empieces a hablar de  esa  manera,  mierda,  no  empieces.  ―Nota el silencio abrupto detrás de nosotros  y  se  encoge―.  Lo  siento  ―les dice a los niños en un susurro confidencial―. Malas palabras. 

―¡Mierda! ―grita mi pequeño amigo, y toda la línea estalla en carcajadas. 

__ hace rodar los ojos.  

―Excelente. 

―¡Qué vergüenza!  

―Cierra la boca. Quise decir lo que te dije. Eso es hablar mal. 

Miro su incertidumbre. 

―Salimos dos veces al mes. Más si estamos en recuperación. Y conseguimos sobrevivir.  ―Suena como si estuviera recitando un versículo de la Biblia. Un viejo proverbio. Como sintiendo su propia falta de convicción,  me echa un vistazo, y luego fija la  mirada adelante. Se queda  en  silencio―.  No más conversaciones malas si quieres venir en nuestro viaje de campo. 

―Lo siento. 

―No has estado aquí lo suficiente. Creciste en un lugar seguro. No entiendes los peligros. 

 

Oscuros sentimientos inundan mi vientre, pero me las arreglo para no decir nada. No sé de qué dolor está hablando, pero sé que es profundo. La hace difícil y,  sin embargo, tan terriblemente suave. Son sus espinas y es su mano extendida desde la espesura. 

―Lo  siento  ―digo otra vez y busco a tientas esa mano, sacándola de los bolsillos de sus vaqueros. Es cálida. Mis dedos fríos se envuelven alrededor de los suyos, y mi mente evoca una imagen molesta de tentáculos. Parpadeo alejándola―. Nada de malas conversaciones. 

Los niños me miran con avidez, los ojos grandes, pómulos impecables. Me pregunto lo que son y lo que significan y que va a pasarles.  

―Papá. 

―¿Sí? 

―Creo que tengo novia. 

Mi papá baja su portapapeles, se ajusta el casco. Una sonrisa se apodera de las profundas arrugas de su rostro.  

―¿En serio? 

―Creo que sí.

―¿Quién? 

―¿__ Grigio? 

Él asiente con la cabeza.  

―La conozco. Ella es… ¡Hey! ¡Doug! ―Se inclina sobre el borde del bastión y le grita a un trabajador que lleva un poste de  acero―. Eso es de calibre cuarenta, Doug, estamos usando de cincuenta para las secciones arteriales. ―Me mira―.  Es linda, pero ten cuidado, parece un petardo 

―Me gustan los petardos. 

Mi padre sonríe. Sus ojos se desvían.  

―A mi también, muchacho. 

Su walkie-talkie suena y él lo saca, comienza a dar instrucciones. Miro el panorama del horrible concreto en construcción. Estamos parados en el final de un muro, a  cinco metros de altura, en la actualidad a unas pocas cuadras de largo. Otra pared va paralela a ella, haciendo de la calle principal un corredor cerrado que atraviesa el corazón de la ciudad. Los trabajadores pululaban debajo, vertiendo formas concretas, erigiendo el marco. 

―¿Papá? 

―Sí. 

―¿Crees que es estúpido?

―¿Qué? 

―Enamorarse. 

Hace una pausa, luego aleja su walkie.  

―¿Qué quieres decir, Pear? 

―Como… ahora. Como están las cosas ahora. Quiero decir, todo es tan incierto… ¿Es estúpido perder el tiempo en cosas como esas en un mundo como éste? ¿Cuando todo puede derrumbarse en cualquier momento? 

Mi padre me mira por un largo tiempo.  

―Cuando conocí a tu madre ―dice― me pregunté eso. Y todo lo que había sucedido en aquel entonces eran unas pocas guerras y las recesiones.  ―Su walkie comienza a crepitar de nuevo. Él lo ignora―. Conseguí tener diecinueve años con tu madre. Pero ¿crees que habría rechazado la idea, si hubiera sabido que sólo  conseguiría un año? ¿O un mes?  ―Inspecciona la construcción, sacudiendo  la  cabeza despacio―.  No hay ningún punto de referencia para cómo debe suceder la vida, ‘supuestamente’, Perry. No hay ningún mundo ideal que esperar. El mundo es siempre solamente lo que es ahora, y depende de ti ver cómo reaccionar a él. 

Miro   los agujeros oscuros de las ventanas de edificios de oficinas en ruinas. Imagino los esqueletos de sus ocupantes aún sentados en sus escritorios, trabajando en las cuotas que nunca encontraran. 

―¿Qué pasaría si sólo hubieras tenido una semana con ella? 

―Perry…  ―dice mi papá, un poco sorprendido―. El mundo no se acaba mañana,  amigo. ¿De  acuerdo? Estamos trabajando en arreglarlo. Mira. ―Apunta  los equipos de trabajo debajo―.  Estamos  construyendo caminos. Vamos a conectarnos con los otros Estadios y escondites, a juntar los enclaves, a unir nuestras investigaciones y recursos, tal vez empezar a trabajar en una cura. ―Mi padre me palmea en  el  hombro―. Tú y yo, todo el mundo… vamos a hacerlo. No te des por vencido aún. ¿De acuerdo? 

Cedo liberando parte de mi respiración.  

―Muy bien. 

―¿Me lo prometes? 

―Lo prometo. 

Mi padre sonríe.  

―Te tomaré la palabra.  

¿Sabes qué pasó después, cadáver?  Perry susurra  en las sombras profundas de mi conciencia. ¿Puedes adivinar? 

―¿Por qué me muestras todo esto? ―pregunto hacia la oscuridad. Porque es lo que queda de mí, y quiero que lo sientas. No estoy listo para desaparecer. 

―Yo tampoco. 

Siento una risa fría en su voz. 

Muy bien.  

―Ahí estás. 

__ se levanta encima de la escalera y se detiene en la azotea de mi nueva casa, mirándome. Lea miro, luego pongo mi cara entre mis manos.  

Ella camina hacía mi, con pasos cautelosos en las hojas de metal frágil, y se sienta a mi lado en el borde del techo. Nuestras piernas cuelgan, balanceándose lentamente en el aire frío de otoño.



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#Lu