#MiDemonioÁngel
#capitulo ocho (parte tres)

―Está bien ―digo―. Tienes… que irte. 

Ella asiente en silencio. 

―Pero yo… voy contigo. 

Ella se ríe.  

―¿Al Estadio? Dime que es alguna broma de mal gusto. 

Sacudo la cabeza. 

―Bueno, vamos a pensar en esto por un momento, ¿de acuerdo? ¿Tú? Eres un zombie. Tan bien conservado como estás y tan encantador como puedes ser, eres  un zombie,  ¿imaginas para qué se entrena todo el mundo en el Estadio, desde los diez años de edad, siete días a la semana? 

No digo nada. 

―Exactamente.  Para matar zombies. Por lo tanto, para  hacer todo esto aún más claro: no puedes venir conmigo, porque ellos te matarán. 

Aprieto la mandíbula.  

―¿Y qué? 

Ella inclina la cabeza y su sarcasmo se disuelve. Su voz se vuelve dubitativa.  

―¿Qué quieres decir con “y qué”? ¿Quieres estar muerto? ¿Realmente muerto? 

Mi acto reflejo es encogerme de hombros. El encogerme de hombros ha sido mi respuesta predeterminada por mucho tiempo. Pero mientras estoy recostado aquí, sobre el suelo, con sus ojos preocupados mirándome desde arriba, recuerdo la sensación que me sacudió ayer en el instante en que desperté, ese sentimiento de ¡No! y de ¡Sí! Ese sentimiento de anti-encogimiento-de-hombros.  

―No ―le digo al techo―. No quiero morir. 

Mientras lo digo, me doy cuenta de que acabo de romper mi récord de sílabas. __ asiente con la cabeza.  

―Bien, bueno. 

Tomo una profunda inspiración y me enderezo.  

―Necesito…  pensar  ―le digo, evitando su contacto visual―.  Regreso… pronto. Traba… puerta. 

Abandono el avión y sus ojos me siguen hasta la salida.  

La gente me está mirando. Siempre he sido un poco extraño aquí, en el aeropuerto, pero ahora mi mística se ha espesado como vino de Oporto. Cuando entro a una habitación, todo el mundo se detiene y me mira. Pero las expresiones de sus rostros no son enteramente sombrías. Hay notas de aprobación soterradas en su oprobio.  

Encuentro a H estudiando su reflejo en una ventana del vestíbulo, metiéndose los dedos en la boca insistentemente. Pienso está intentando recomponer su rostro de nuevo. 

―Hola ―le digo, de pie a una distancia segura. 

Él me observa por un momento, luego vuelve a mirar por la ventana. Le da un firme empujón a su mandíbula superior y el hueso de su pómulo aparece de nuevo en su lugar con un chasquido audible. Se vuelve hacia mí y sonríe.  

―¿Cómo… se ve? 

Agito mi mano sin comprometerme. La mitad de su rostro parece relativamente normal, la otra mitad aún está un poco cóncava. Él suspira y vuelve a mirar por la ventana.  

―Malas… noticias… para las damas. 

Yo sonrío. Tan profundamente diferentes como somos, tengo que darle algo de crédito a H. Es el único zombie que he conocido que se las ha arreglado para conservar un oscilante deje de humor. También digno de mención… cuatro palabras, sin pausa. Acaba de igualar mi anterior récord. 

―Perdón ―le digo―. Por… eso. 

Él no responde. 

―¿Hablo contigo… un minuto? 

Vacila y luego vuelve a encogerse de hombros. Me sigue al conjunto de sillas más cercano. Nos sentamos en un oscuro, desaparecido Starbucks. Hay dos tazas de café mohoso puestas delante de nosotros, abandonadas hace mucho tiempo por dos amigos, dos socios de negocios, dos personas que acaban de conocerse en la terminal y se vieron reunidos por un interés compartido. 

 ―Perdón… en serio ―le digo―. Irri… table. Últimamente. H arruga la frente.  

―¿Qué… sucede… contigo? 

―No… sé.

―¿Trajiste de vuelta… la chica Viva? 

―Sí. 

―¿Estás… loco?

 ―Quizás. 

―¿Cómo… se siente? 

―¿Qué? 

―Sexo… con Vivos. 

Le lanzo una mirada de advertencia. ―Ella es… sexy. Yo… 

―Cállate. 

Él se ríe.  

―Jodiendo… contigo. 

―No es… eso. No… es así. 

―¿Entonces… qué? 

Dudo, inseguro de cómo responder.  

―Más. 

Su rostro se vuelve extrañamente grave.  

―¿Qué? ¿Amor? 

Reflexiono sobre eso y no encuentro ninguna respuesta más allá de un simple encogimiento de hombros. Así que hago el gesto, tratando de no sonreír.  H echa su cabeza hacia atrás y hace su mejor imitación de una risa. Me golpea en el hombro.  

―¡Mi… chico! ¡Chico… amoroso! 

―Iré… con ella ―le digo. 

―¿Dónde? 

―Llevarla… a casa. 

―¿Estadio? 

Asiento con la cabeza.  

―La mantendré… a salvo. 

H lo considera, observándome con la preocupación nublando su rostro magullado. 

―Lo… sé ―suspiro. H cruza los brazos sobre el pecho.  

―¿Qué… sucede… contigo? ―me pregunta de nuevo. Y de nuevo, no tengo respuesta, excepto un encogimiento de hombros. 

―¿Estás… bien? 

―Cambiando.

Él asiente con la cabeza, vacilante, y yo me retuerzo bajo sus ojos inquisitivos. No estoy acostumbrado a tener conversaciones profundas con H. O con cualquiera de los Muertos, para el caso. Giro la taza de café entre los dedos, estudiando atentamente su esponjoso contenido verde. 

―Cuando… lo averigües… ―dice H finalmente, en un tono más serio de lo que nunca le he oído―. Dímelo. Dínoslo. 

Espero que él rompa a reír, que lo convierta en una broma, pero no lo hace. Es realmente sincero. 

―Lo  haré  ―digo. 

Le doy una palmada en el hombro y me pongo de pie. Mientras me alejo, me observa con la misma mirada extraña que he hallado en los rostros de todos los Muertos. Esa mezcla de confusión, miedo y débil anticipación. 

 

 

 

Holis ¿Qué tal? Por favor comenta y vota si quieres aue continué, te lo agradecería mucho.. Nombra tu novela, la que quieres que lea, lo voy a hacer.

Gracias por leer, te quiero

xoxo
da #rt o #fav a la imagen si quieres que continue
#lu