#MiDemonioÁngel
#capituloocho (parte uno)

Me despierto con el sonido de los gritos. Mis ojos se abren y escupo algunos bichos de mi boca. Me levanto tambaleante. El sonido es lejano, pero no proviene de la escuela. Carece del pánico quejumbroso de los cadáveres-que-aún-respiran de la escuela. Reconozco la chispa desafiante en esos gritos, la esperanza implacable en el rostro de la desesperanza innegable. Me pongo de pie de un salto y corro más rápido de lo que ningún zombie ha corrido nunca.  

Siguiendo los gritos, encuentro a __ en la puerta de Salida. Está acorralada en una esquina, rodeada por seis babeantes Muertos. Están cercándola, echándose ligeramente hacia atrás cada vez que ella agita su podadora de setos escupe-humos, pero avanzando a paso firme. Corro hacia ellos y me estrello contra su apretado círculo, desparramándolos como pinos de boliche. Al más cercano a __, lo empujo tan fuerte, que los huesos de mis manos se rompen en migajas como conchas marinas. El rostro se quiebra hacia adentro y  éste se desmorona. Al siguiente más cercano, lo hago topar contra la pared, luego cojo su cabeza y la aplasto contra el hormigón hasta que su cerebro aparece a la vista y se viene abajo. Uno de ellos me aferra por detrás y le da un mordisco a la carne de mi costilla. Yo manoteo hacia atrás, arranco su brazo podrido y bateo con él como Babe Ruth15. Su cabeza gira trescientos sesenta grados completos, luego se inclina, se desguaza y cae. Me quedo de pie frente a Julie, blandiendo el brazo musculoso y los Muertos dejan de avanzar.

 ―¡__! ―les grito mientras señalo hacia ella―. ¡__! 

Ellos me miran. Se mecen atrás y adelante.

―¡__!  ―digo otra vez, sin estar seguro de qué otra manera decirlo. Me acerco a ella y presiono mi mano contra su corazón. Arrojo el brazo-garrote y pongo la otra mano sobre mi propio corazón―. __. 

La habitación está silenciosa, excepto por el bajo zumbido de su podadora de setos. El aire está cargado con el aroma a albaricoque rancio de la gasolina estabilizada y noto varios cadáveres decapitados, con los que yo no tuve nada que ver, yaciendo a sus pies. Bien hecho, __, pienso que con una débil sonrisa. 

Eres una dama y una intelectual. 

 ―¡¿Qué… demonios?! ―gruñe una voz profunda detrás de mí. 

Una alta y voluminosa figura se levanta del suelo. Es el primero al que ataqué, al que le di un puñetazo en el rostro. Es H. No lo había reconocido en el calor del momento. Ahora, con su pómulo aplastado hacia dentro de su cabeza, es incluso más difícil de identificar. Él me mira y se frota el rostro.  

―¿Qué haciendo… estás…? ―Se calla, confundiéndose incluso con palabras simples. 

―__ ―digo una vez más, como si ése fuera un argumento irrefutable. Y, de algún modo, lo es. Esa única palabra, un nombre  completamente lleno de cuerpo y sustancia. Está teniendo el mismo efecto de un iluminado teléfono celular parlante, plantado ante una multitud de sujetos primitivos. Todos los Muertos restantes miran a __ en un profundo silencio, excepto por M. Él está sorprendido y enfurecido. 

―¡Viva! ―exclama él―. ¡Comer! 

Sacudo la cabeza.  ―No. 

―¡Comer! 

―¡No!

 ―Comer, mierda… 

―¡Hey! 

H y yo giramos a la vez. __ ha salido de detrás de mí. 

Mira a H y sacude la podadora de setos.  

―Vete a  la mierda ―dice. Enlaza su brazo alredor de mi codo y siento un cosquilleo de calor, que se extiende a partir de su contacto. 

H la mira, luego hacia mí, de nuevo hacia ella, y vuelve a mí. Su permanente sonrisa es delgada. Aparentemente, estamos en un callejón sin salida  pero, antes que pueda avanzar  un paso, el silencio es atravesado por un rugido reverberante, una misteriosa y anaeróbica bocina.

Todos nos giramos hacia las escaleras mecánicas. Amarillentos y tendinosos esqueletos están subiendo, uno por uno, desde los pisos inferiores. Un pequeño comité de Huesudos surge de las escaleras y se acerca a __ y a mí. Se detienen frente a nosotros y se alinean en fila. __ se aleja un poco, su valentía se aplasta bajo las negras miradas sin ojos. Su apretón se tensa sobre mi brazo. 

Uno de ellos da un paso hacia delante y se detiene frente a mí, a centímetros de mi cara. No hay bocanadas de respiración en el hueco de su boca, pero puedo sentir un bajo, leve zumbido que emana de sus huesos. Ese zumbido no está presente en mí, ni en H, ni en ninguno de los otros Muertos vestidos-de-carne, y comienzo a preguntarme, exactamente, qué son estas criaturas resecas en realidad. Ya no creo en algún hechizo de vudú o en un virus de laboratorio. Esto es algo más profundo, más oscuro. Esto viene del cosmos, de las estrellas o de la desconocida negrura detrás de ellas. Las sombras tapidas en el sótano de Dios. El ghoul y yo estamos trabados en un impasse, cara a cara, ojo a cuenca de ojo. Yo no parpadeo, y eso no puede hacerlo. Pasa lo que parece una hora. Entonces, eso hace algo que socava el horror de su presencia. Alza un montón de Polaroids en las puntas de sus dedos y empieza a entregármelas una por una. Tengo remembranzas de un anciano orgulloso mostrando a sus nietos, pero la sonrisa del esqueleto está lejos de ser la de un abuelo y las fotos, lejos de ser reconfortantes. 

Son tomas, fuera de foco, de algún tipo de  batalla. Organizadas filas de soldados que disparaban cohetes contra nuestras colmenas, rifles abatiéndonos con precisión, uno, dos, tres. Ciudadanos particulares, con sus machetes y motosierras, hachándonos como enredaderas de moras, salpicando nuestros oscuros jugos sobre el lente de la cámara. Enormes montones de cadáveres recién re-asesinados, empapados en gasolinas y prendidos fuego Humo. 

Sangre. Fotos familiares de nuestras vacaciones en el Infierno. 

Pero tan inquietante como resulta este pasaje de imágenes, sé que lo que he visto antes. He sido testigo de los Huesudos realizando cosas como ésas docenas de veces, generalmente para los niños. Deambulan alrededor del aeropuerto con cámaras colgando oscilantes de sus vértebras, siguiéndonos ocasionalmente en los viajes de alimentación, persistiendo en la retaguardia para documentar el derramamiento de sangre, y yo siempre me pregunto qué están buscando. Su temática sigue un objetivo preciso que nunca varía: cadáveres. Batallas. Zombies recién convertidos. Y ellos mismos. Sus salones de reunión tienen los muros cubiertos con esas fotografías, del piso al techo, y a veces, capturan a un zombie  joven y lo hacen estar allí de pie por horas, días incluso, apreciando su trabajo en silencio. 

Ahora este esqueleto, idéntico al resto, me entrega estas Polaroids lenta y civilizadamente, confiando en que las imágenes hablen por sí mismas. El mensaje del sermón de hoy es claro: inevitabilidad. El inmutable, binario, resultado de nuestras interacciones con los Vivos. 

Ellos mueren / nosotros morimos. 

Un ruido surge de donde debería estar la garganta del esqueleto, un sonido ronco, lleno de orgullo, reproche y dura, rígida integridad. Dice todo lo que él y el resto de los Huesudos tienen que decir, su lema y mantra. Dice:  He  dado pruebas de mi argumento, y Éste es el modo en que funciona y Porque yo lo digo.  

Mirando directamente a las cuencas de sus ojos, dejo caer las fotografías al suelo. Froto mis dedos entre sí, como si estuviera tratando de quitarme algo sucio. 

El esqueleto no reacciona. Sólo me observa con esa mirada horrible, hueca, tan completamente inmóvil que parece haber detenido el tiempo. El oscuro zumbido en sus huesos lo domina todo, una baja onda sinusoide picando con matices ácidos. Y entonces, tan abruptamente que me hace sobresaltar, la criatura gira sobre sus talones y se reúne con sus compañeros. Ladra un último bocinazo y los Huesudos descienden las escaleras mecánicas. El resto de los Muertos se dispersa, lanzando furtivas miradas hambrientas hacia __. H es el último en irse. Me frunce el ceño y se tambalea al alejarse. __ y yo nos quedamos solos. 

Me giro para enfrentarla. Ahora que la situación se ha estabilizado y la sangre sobre el piso se está secando, finalmente soy capaz de contemplar lo que está sucediendo aquí, y en algún lugar profundo de mi pecho, mi corazón lanza silbidos. Hago un gesto hacia donde creo que se encuentra la señal de “Salida” y miro interrogativamente a __, incapaz de ocultar el dolor detrás de ello. 

__ mira el piso.  

―Han pasado un par de días ―murmura―. Tú has dicho unos pocos días. 

―Quería… llevarte a tu casa. Decir adiós. 

―¿Cuál es la diferencia? Tengo que irme. Es decir, no puedo quedarme aquí. Te das cuenta de eso, ¿verdad? 

Sí. Por supuesto que me doy cuenta de eso. 

Ella está en lo correcto, y yo soy el ridículo. 

Y, sin embargo… 

¿Qué pasaría si…? 

Quiero hacer algo imposible. Algo sorprendente e insólito. Quiero raspar todo el musgo del Space Shuttle16, volar con __ a la luna y colonizarla,  o reflotar un barco crucero hundido hasta una isla lejana donde nadie se queje de nosotros o, simplemente, aprovechar la magia que me introduce dentro de los cerebros de los Vivos y usarla para introducir a __ dentro de mí, porque hace calor aquí dentro, es tranquilo y encantador, y, en este lugar, no somos alguna absurda yuxtaposición, somos perfectos. 

HOLIS ESPERO QUE LES HAYA GUSTADO. DA #ER O #FAV SI QUIERES QUE CONTINUE.
#Lu