#MiDemonioÁngel
#capituloseven (parte uno)
Tienes que  hacer un viraje más pronunciado. Casi te sales de la pista cuando giras a la derecha. 

Hago girar el volante de cuero delgado y pongo el pie en el acelerador. El Mercedes se tambalea hacia delante, tirando nuestras cabezas hacia atrás. 

―Dios, tienes pie de plomo. ¿Podrías tener más cuidado con el acelerador? Hago  una parada desigual, olvido  presionar el embrague y el motor se detiene.  

__ hace rodar los ojos y fuerza la paciencia a su voz.  

―Está  bien,  mira. ―Enciende nuevamente el motor, se escabulle encima y desliza sus piernas a través de las mías, poniendo sus pies sobre mis pies. Bajo su presión, intercambio  sin problemas acelerador y  embrague, el coche se desliza hacia adelante―. De esa forma  ―dice, y vuelve a su asiento. Suelto un silbido de satisfacción. 

Estamos cruzando la pista, rodando de un lado a otro bajo el sol de la tarde. Nuestro cabello vuela con la brisa. Aquí, en este momento, en este descapotable rojo caramelo del 64’, con esta mujer joven y hermosa, no puedo evitar meterme dentro de la vida  más clásicamente cinematográfica de otros. Mi mente se desplaza, y pierdo la poca concentración que he sido capaz de mantener. Me desvío del camino y golpeo  el parachoques del automóvil contra una camioneta-escalera,  sacando  de  alineamiento  el círculo de la iglesia de los Huesudos. La sacudida lanza nuestras cabezas a un lado, y oigo el chasquido de los cuellos de los niños en el asiento trasero. Ellos gimen en protesta y yo los silencio. Ya estoy avergonzado, no necesito que mis hijos me lo refrieguen. 

__ examina nuestra abolladura frontal y sacude la cabeza.  

―Maldita sea, L. Este era un bonito coche. 

Mi hijo se lanza hacia delante en un intento torpe de  comer el hombro de __, y me echo hacia atrás y lo golpeo. Se desploma en el asiento con los brazos cruzados, haciendo pucheros.

―¡No  muerdas!  ―lo amonesta  __ , aún inspeccionando los daños del coche. 

A medida  que damos vueltas hacia nuestra terminal de casa, noto la congregación que surge de una puerta de carga. Como un cortejo fúnebre invertido, los Muertos marchan hacia fuera en una línea solemne, dando pasos lentos, laboriosos hacia la iglesia. Un puñado de Huesudos conduce la peregrinación, avanzando con un propósito mucho mayor que cualquiera de los revestidos de carne. Ellos son los pocos entre nosotros que siempre parecen saber exactamente dónde van y qué  hacen. No vacilan, no hacen una pausa o cambian de rumbo, y sus cuerpos ya no crecen o decaen. Están estáticos. Uno de ellos mira directamente hacía mí, y recuerdo un grabado de la edad del oscurantismo que he visto en alguna parte, un cadáver en descomposición burlándose de una joven virgen regordeta. 

Quod tu es, yo fui, quod ego sum, tu eris. 

Lo que eres, una vez fui.  

En lo que soy, te convertirás. 

Me separo de la fija mirada hueca del esqueleto. Mientras navegamos por delante de su línea, algunos de los Carnosos echan un vistazo hacia nosotros con falta de interés, y veo a mi esposa entre ellos; está caminando junto a un hombre, con las manos entrelazadas. Mis niños la señalan en la muchedumbre y se levantan sobre el asiento trasero, agitando y gruñendo en voz alta. __ sigue su mirada fija y ve que mi esposa saluda hacia ellos. __ me mira.  

―¿Esa es algo así como... tu esposa? 

No respondo. Miro a mi esposa, esperando una especie de reprimenda, pero no hay casi ningún reconocimiento en sus ojos. Ella mira al coche,  me mira, mira hacia delante y sigue andando, de la mano con otro hombre. 

―¿Esa es tu esposa?  ―pregunta __  otra vez,  con más  fuerza.  Asiento―. ¿Quién es ese… tipo  con el que está?  ―Me encojo de hombros―.  ¿Está engañándote o algo así? ―Me encojo de hombros―. ¿No te molesta? 

Me encojo de hombros. 

―¡Deja de encogerte de hombros, idiota! Sé que puedes hablar… Di algo. Pienso por un minuto. Mirando a mi esposa desaparecer en la distancia, me pongo una mano en el corazón.  

―Muerto.  ―Agito una mano hacia mi  esposa―. Muerta.  ―Mis ojos se desvían hacia el cielo y pierden el enfoque―. Quiero… que duela. Pero… no lo siento.

__ me mira como si esperara más, y me pregunto si he expresado algo en absoluto con mi soliloquio murmurado intermitentemente. ¿Mis palabras son audibles, siquiera? O ¿solamente resuenan en mi cabeza mientras la gente me mira fijamente, esperando? Quiero cambiar mi puntuación.  Anhelo los signos de exclamación, pero me ahogo en elipses. 

__ me mira un momento más, luego se vuelve hacia el parabrisas y el paisaje que se acerca. A nuestra derecha: las  oscuras  aberturas   del embarque vacío de los túneles, una vez vivas  con viajeros ansiosos en camino a ver el mundo,  ampliar  sus horizontes, encontrar  el amor, la fama y la fortuna. A nuestra izquierda: los restos ennegrecidos de un Dreamliner11. 

―Mi novio me engañó una vez ―dice __ al parabrisas―. Había una chica, su padre le dio vivienda mientras los hogares de acogida se estaban asentando, y bebieron hasta desmayarse   una noche y solo sucedió. Se trataba básicamente de un accidente, y él me dio la confesión más sincera y conmovedora de todos los tiempos. Juró a Dios que me amaba tanto y que haría cualquier cosa para convencerme, bla, bla,  bla, bla; pero no importó, seguía pensando en ello y reproduciéndolo en mi  cabeza y ardiendo  con ello. Lloré todas las noches durante semanas. Prácticamente hice desaparecer el binario de todas mis  canciones  tristes.  ―Sacude  la cabeza  lentamente, sus ojos están muy lejos―. Las cosas son  simplemente… siento las cosas tan fuerte  a veces. Cuando eso sucedió con Perry, me hubiera gustado ser más… como tú. 

La estudio. Se pasa un dedo por el pelo y lo tuerce un poco. Noto débiles cicatrices en las muñecas y los antebrazos, líneas finas demasiado simétricas para ser accidentes. Ella parpadea y me mira de golpe, como si la despertara de un sueño.  

―No sé por qué estoy diciéndote esto ―dice, molesta―. De todos modos, la lección ha terminado por hoy. Estoy cansada. 

Sin más comentarios, nos llevo a casa. Freno demasiado tarde, y aparco el coche con el parachoques a  cinco centímetros de la rejilla de  un Miata. __ suspira. 

Más tarde nos sentamos en el 747, con las piernas cruzadas en medio del pasillo. Un plato recalentado de comida tailandesa se encuentra  en el suelo delante de __, enfriándose. La miro en silencio mientras se inclina hacia éste. Incluso sin hacer ni decir nada, es entretenido verla. Inclina la cabeza, sus ojos vagan, ríe y mueve el cuerpo. Sus pensamientos interiores juegan a través de su cara como la re-proyección de una película. 

―Está demasiado silencioso aquí  ―dice, y se levanta. Comienza a rebuscar entre  mis  pilas  de  discos.  ―¿Qué pasa con todos los vinilos? ¿No puedes encontrar la manera de hacer funcionar un iPod? 

―Mejor… sonido. 

Ella ríe.  

―Oh, un purista, ¿eh? 

Hago un movimiento de giro en el aire con el dedo.  

―Más real. Más… vivo. 

Ella asiente.  

―Sí, es verdad. Aunque son muchos más problemas. ―Se mueve de un tirón a través de las pilas y frunce el ceño un poco―. No hay nada aquí más reciente que… 1999. ¿Es cuando moriste o algo así? 

Otro obstáculo para estimar mi edad: no tengo ni idea de en qué año estamos. 1999 podría haber sido hace una década o ayer. Se podría tratar de deducir una línea de tiempo mirando las calles en ruinas, los edificios derribados, la infraestructura descompuesta; pero cada parte del mundo se está deteriorando a su propio ritmo. Hay ciudades que se podría  confundir  con ruinas aztecas, y hay ciudades que sólo se vaciaron la semana pasada;  los televisores todavía están encendidos toda la noche con el rugido estático, omelettes de cafetería recién llenándose de moho. 

Lo qué le pasó al mundo fue gradual. He olvidado lo que era realmente, pero tengo débiles recuerdos fetales, de lo que era. El terror latente que en realidad nunca se prendía  en fuego hasta que no quedaba mucho por  quemar. Cada etapa sucesiva nos sorprendía. Entonces un día nos despertamos y todo había desaparecido. 

―Y ahí vas otra vez ―dice __―. A la deriva. Tengo mucha curiosidad por saber qué piensas cuando te aturdes de esa manera. ―Me encojo de hombros, y ella deja escapar un exasperado bufido―. Y ahí vas de nuevo, encogiéndote de hombros.  ¡Deja  de  encogerte  de  hombros,  por  favor! Responde  mi  pregunta.

¿Por qué el retraso en el desarrollo musical? 

Empiezo a encogerme de hombros y luego me detengo, con cierta dificultad. ¿Cómo puedo explicarle esto en palabras? La lenta muerte del Quijote. El abandono de la búsqueda, la entrega de los deseos, la subida y la bajada que es el destino inevitable de los Muertos.

―Nosotros no…  pensamos… cosas nuevas  ―empiezo,  esforzándome por pasar través de mi corta dicción―. Yo… encuentro cosas… a veces. Pero no… buscamos. 

―En  serio  ―dice __―.  Esto  esa es una tragedia de mierda.  ―Sigue registrando entre mis discos, pero su tono comienza a intensificarse mientras habla―.  ¿No  piensas en cosas  nuevas? ¿No  "buscas"? ¿Qué significa eso? No buscas,  ¿qué?  ¿Música?  ¡La  música  es  vida! ¡Es una emoción física! ¡Puedes tocarla! Es energía de neón absorbida de los espíritus y cambiada a ondas de sonido  para que tus oídos la traguen. ¿Qué me estás diciendo?  ¿Que es aburrido? ¿Qué no tienes tiempo para ello? 

No hay nada que pueda decir a esto. Me encuentro rezando a la boca horrorosa del cielo abierto que __ nunca cambie, que nunca se despierte un día para encontrarse más vieja y más sabia. 

―De todos modos, todavía tienes algunas cosas buenas aquí  ―dice ella, dejando  que  su indignación  se desinfle―.  Gran material, realmente. Aquí, vamos a hacer esto otra vez. No puede ir mal con Frank.  ―Pone un disco y vuelve a su comida tailandesa. ‘The Lady is a Tramp’12 llena la cabina del avión, y ella me da una pequeña sonrisa torcida―. Mi canción ―dice y llena su boca al tope de fideos. 

Por curiosidad morbosa, saco uno de su plato y lo mastico. No hay ningún gusto en absoluto. Es como comida imaginaria, como masticar el aire. Vuelvo la cabeza y lo escupo en la palma de la mano. __ no se da cuenta,  parece estar muy lejos otra  vez, y miro los colores y las formas de su película de pensamientos parpadeando tras  sus ojos. Después de unos minutos,  traga un bocado y me mira. 

―¿L… ―dice en un tono de curiosidad informal― …a quien mataste? 

Me pongo rígido. La música desaparece de mi conciencia. 

―En ese edificio de muchos pisos, antes de que me salvaras. Vi la sangre en tu cara. ¿De quién era? 

Solamente la miro. ¿Por qué tiene que preguntarme esto? ¿Por qué sus recuerdos no pueden  desvanecerse como los míos? ¿Por qué simplemente  no puede  vivir conmigo a solas en la oscuridad, nadando en el abismo de la historia tachada con tinta?  

―Sólo  necesito saber quién  era.  ―Su expresión no revela nada. Sus ojos están fijos en los míos, sin pestañear.

 ―Nadie― murmuro―. Algún... chico. 

―Hay una teoría que dice que ustedes comen cerebros porque así consiguen volver a vivir la vida de esa persona. ¿Es verdad? 

Me encojo de hombros, tratando de no retorcerme. Me siento como un niño atrapado pintando las paredes con los dedos. O matando a decenas de personas. 

―¿Quién era? ―me presiona―. ¿No te acuerdas? 

Pienso en mentir. Recuerdo algunas caras de esa habitación, podría tirar los dados y sólo elegir una, probablemente a algún recluta arbitrario que ella aún no conocía, y ella lo dejaría pasar y nunca lo traería a colación otra vez. Pero no puedo hacerlo. No puedo mentirle más de lo que puedo escupir la verdad difícil de digerir. Estoy atrapado. 

__ deja sus ojos en mí durante un largo minuto, luego vacila. Mira hacia abajo, a la alfombra manchada del avión.  

―¿Fue Berg? ―ofrece, en voz tan baja que es como si estuviese  hablando para  sí  misma―. ¿El chico con   acné? Apuesto a que era Berg. Ese tipo era un idiota. Llamó mulata a Nora y me miraba el culo de una forma completamente salvaje. Lo que Perry ni siquiera notó, por supuesto. Si se trata de Berg, estoy contenta de que lo hayas conseguido. 

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-#Lu