#MeDemonioÁngel
#capitulosix (parte dos)

Miro la botella por un segundo,  sintiendo un extraño tipo de náusea al pensar en lo que hay en el interior. Un vacío oscuro de color ámbar. Orina sin vida. Pero no quiero arruinar este improbable momento cálido con mis estúpidas obsesiones de muerto. Acepto la cerveza y tomo un largo trago. Puedo sentirla correr a través de las pequeñas perforaciones en mi estómago y mojar mi camiseta. Y para mi sorpresa, puedo sentir un zumbido extenderse por mi cerebro. Esto no es posible, claro, ya que no tengo torrente sanguíneo por donde pueda entrar el alcohol, pero lo siento de todos modos. ¿Es psicosomático? ¿Quizá un recuerdo distante de la experiencia de beber quedó de mi vida antigua? Si es así, aparentemente soy un peso ligero.   

__ sonríe al ver mi expresión estupefacta.  ―Bebe ―dice―. En realidad, soy más una chica de vino, de todos modos. 

Tomo otro trago. Puedo saborear su brillo de labios de frambuesa en el borde. Me encuentro a mí mismo imaginándola mientras se arregla para un concierto, su pelo que le llega al cuello recogido y peinado, su pequeño cuerpo radiante en un vestido de fiesta rojo y yo besándola, el lápiz labial esparciéndose sobre mi boca, dejando rojo brillante sobre mis labios grises. 

Deslizo la botella a una distancia segura de mí.  

__ se ríe y vuelve a su comida. Se dedica a ello por unos minutos, ignorando mi presencia en la mesa. Estoy a punto de hacer un intento condenado en la conversación cuando ella me mira, todos los rastros de jovialidad desaparecen de su rostro y dice―: Así que, ‘L.’ ¿Por qué me tienes aquí? 

La  pregunta me golpea como una bofetada sorpresa. Miro el techo. Miro alrededor del aeropuerto en general, hacia los gemidos distantes de mis compañeros Muertos.  

―Mantenerte a salvo. 

―Tonterías. 

Hay silencio. 

Ella me mira con dureza. Mis ojos se retiran. 

―Escucha ―dice―. Entiendo que salvaste mi vida en la ciudad  y supongo que estoy agradecida por eso. Así que, sí; gracias por salvar mi vida. O ahorrarla, como sea. Pero tú me trajiste a este lugar, y estoy segura de que me puedes sacar. Así que, de nuevo: ¿por qué me tienes aquí? 

Sus ojos son como hierros calientes en el lado de mi cara, y me doy cuenta de que no puedo escapar. Pongo una mano en mi pecho, sobre mi corazón. Mi ‘corazón.’ ¿Ese órgano lamentable todavía representa algo? Yace inmóvil en mi pecho, sin bombear sangre, sin servir a ningún propósito y aun así,  mis sentimientos parecen originarse dentro de esas frías paredes. Mi tristeza en silencio, mi anhelo vago, mi raro parpadeo de alegría; se originan en el centro de mi pecho y de filtran desde ahí, diluido y débil, pero real.  

Presiono mi mano contra mi corazón. Entonces lentamente me acerco a __ y la presiono contra su corazón. De alguna manera, me las arreglo para mirarla a los ojos.  

Mira hacia mi mano y entonces me da una mirada seca.  

―Me. Estás. Jodiendo. 

Retiro mi mano y miro hacia la mesa, agradecido de no ser capaz de sonrojarme.  

―Necesitas… esperar ―murmuro―. Ellos… piensan que tú eres… un nuevo convertido. Se darán cuenta. 

―¿Cuánto tiempo? 

―Pocos… días. Ellos… olvidarán. 

―Por  Dios  ―suspira, y se  cubre los ojos con las  manos, sacudiendo su cabeza.  

―Tú… estarás bien ―le digo―. Lo prometo. 

Ignora esto. Saca un iPod de su bolsillo y se pone los auriculares en los oídos. Regresa a su comida, escuchando música que solo es un tenue silbido para mí.  

Esta cita no está yendo bien. De nuevo lo absurdo de mis pensamientos me abruma y quiero salir de mi piel, escapar de mi fea y extraña carne y ser un esqueleto, desnudo y anónimo. Estoy a punto de pararme e irme cuando __ se saca uno de los audífonos, entrecierra los ojos y me da una mirada penetrante.  

―Tú eres… diferente, ¿cierto? ―pregunta.  

No respondo.  

―Porque nunca  he escuchado hablar a un zombie,  aparte  de  ‘¡cerebros!’  y todos esos estúpidos gemidos. Y nunca he visto a un zombie tener algún interés en humanos más allá de comérselos. Definitivamente nunca he tenido a uno que me compre una bebida. ¿Hay… otros como tú? 

De nuevo siento el impulso de sonrojarme.  

―No… lo sé. 

Empuja su pasta alrededor del plato.  

―Unos pocos días ―repite.  

Asiento. 

―¿Qué se supone que haré aquí hasta que sea seguro escapar? Espero que no esperes que sólo me siente en tu casa-avión a tomar baños de sangre toda la semana. 

Pienso por un momento. Un arco iris de imágenes inunda mi mente, probablemente fragmentos de viejas películas que he visto, todas cursis y románticas y completamente imposibles. Tengo que contenerme.  

―Yo…  te  entretendré  ―digo  finalmente  y ofrezco una sonrisa poco convincente―. Tú eres… invitada. 

Gira los ojos y vuelve a comer. El segundo audífono todavía está sobre la mesa. Sin dejar de mirar su plato me lo ofrece casualmente. Lo pongo en mi oído y la voz de Paul McCartney se desliza dentro de mi cabeza, cantando todos estos antónimos nostálgicos, sí/no, arriba/abajo, hola/adiós/hola. 

―¿Sabes que John Lennon odiaba esta canción? ―dice __ mientras suena, hablando en mi dirección, pero  sin  dirigirse  a  mí  realmente―.  Pensó que era bullicio sin sentido. Gracioso, viniendo del tipo que escribió ‘I Am the Walrus’. 

―Bu…buen… trabajo ―digo.  

Se detiene, me mira e inclina su cabeza con agradable sorpresa.  

―Sí, exacto, ¿verdad? ―Toma un sorbo de la cerveza, olvidando las huellas de mis labios en la botella, y mis ojos se abren con un breve pánico. Pero no pasa nada. Quizá mi infección no puede viajar a través de suaves momentos como este. Tal vez necesita la violencia de la mordida.  

―Como  sea  ―dice―  es un poco demasiado alegre para mí ahora mismo. ―Cambia la canción, escucho un breve fragmento de Ava Gardner cantando ‘Bill’, entonces cambia unas pocas veces más, parando en una desconocida canción de rock y sube el volumen. Soy poco conciente de la música, pero dejo de escucharla. Miro a __ mover su cabeza de un lado al otro con sus ojos cerrados. Incluso ahora, aquí, en los lugares más oscuros y extraños, con la compañía más macabra, la música la mueve y su vida late con fuerza. Lo huelo de nuevo, un brillante vapor blanco flotando por debajo de mi sangre negra. E incluso por la seguridad de __, no me atrevo a sofocarlo.  

¿Qué  pasa conmigo? Miro mi mano, carne gris pálido, fría y rígida, y la imagino rosada, cálida y flexible, capaz de guiar, construir y acariciar. Imagino que mis células necróticas se deshacen del letargo, inflando e iluminando como luces de Navidad en el fondo de mi corazón oscuro. ¿Estoy inventando todo esto como el zumbido por la cerveza? ¿Un placebo? ¿Una ilusión óptica? De cualquier manera, siento  que se rompe  la delgada línea de mi existencia, formando colinas y valles con los latidos de mi corazón.




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