Capítulo catorce: Evasión de la realidad.

Narra Justin

Cuando abrí los ojos me di cuenta de que la tenía a mi lado, de que estaba envuelta en mis brazos. Solo me había quedado dormido de aquella forma con mi madre, hacía ya bastante tiempo. Y nunca lo volvería a hacer. 
Pero sin embargo, había estado en la cama con otras muchas chicas, no abrazados, quizás esa sea la razón por la que quería hacer el amor con ella. Por primera vez en mi vida sentía que quería caricias, besos y amor. No quería tirármela, quería hacerle el amor. Quería disfrutar, no solo sintiendo yo placer, sino dándoselo a ella. Me incorporé en mi antebrazo izquierdo mientras que con el brazo con el que la rodeaba la empecé a regalar caricias en la cintura, destapando poco a poco la fina sábana que se apoyaba en su cintura, provocando en ella pequeños movimientos y alguna que otra sonrisa. Como la sonrisa de tonto que debía tener ahora mismo en la cara, pero ¿qué importaba? Jamás me había sentido así. Jamás había tenido miedo de que alguien se fuese, jamás había sufrido cuando alguien se hacía daño. Pero, por alguna razón, con ella era diferente. Empecé a darle pequeños y cortos besos en el cuello para despertarla. Cuando vi que estaba consiguiendo lo que quería, la besé. Fue cuando me correspondió al beso cuando supe que estaba despierta. Sonreí haciéndola compañía. Porque es una pena que unos labios tan bonitos como los suyos sonrían solos. 
Porque los chicos malos pueden ser duros, puede que parezca que tenemos el corazón de piedra, que seamos de metal tanto por fuera como por dentro, pero cuando una chica  te impide pensar en otras, cuando se cuela en tu mente, cuando no puedes pasar más de dos minutos sin preguntarte qué estará haciendo, somos tan vulnerables como cualquier otro tío.
Y yo no era menos, estando con ella dejaba de ser el Bieber al que muchos temían y por el que muchas se derretían. 
Empecé a notar sus suaves manos por mis antebrazos, ascendiendo despacio hasta acabar acariciándome los hombros y finalmente, revolviendo mi pelo. 
No podía parar de mirarla, quizás porque era preciosa, quizás porque no puedes quitar el ojo de encima a la primera que te vuelve loco, quizás porque quería demostrarle que no entendía lo mucho que se odiaba a ella misma. Y de verdad que no lograba a entenderlo. 
Estaba en bóxers, encima de ella. Con mis manos en sus caderas las deslicé hasta su cintura, dejando que bailasen en su vientre. Quería ver la reacción que causaba en ella, no fue hasta que no me libré de su camiseta hasta que no vi cómo su vello se erizaba y su tripa descendía de nivel cada vez que mis dedos se posaban en ella. La miré, solo quería saber si lo estaba haciendo bien, supongo que sí, porque me sonrió, con esa sonrisa que lo ponía todo patas arriba en mí. Desde su ombligo, mis manos exploraron su cuerpo hasta que llegaron a su pecho. Con cualquier otra chica me habría lanzado a presionarlos ya, pero ella no era cualquier chica. Volví a mirarla, pero esta vez ella ya tenía la sonrisa preparada. Empecé a acariciarla por los bordes, masajeando  a la vez que mis manos se abrían y se cerraban haciéndola soltar pequeños gemidos que puedo jurar que disfruté yo más de lo que ella lo hizo. 
Es bonito saber que estás haciéndole bien a alguien, ahora lo sé. 
Deposité pequeños besos en la zona que había masajeado, subiendo tanto mis manos como mi boca a su cuello, sin dejar de besarla. Noté sus manos enredando en mis caderas con la banda de mis bóxers mientras los depositaba para abajo a la vez que me hacía pequeñas cosquillas. Dejé que me liberase de ellos, mis manos volvieron a ponerse en contacto con su piel a la altura de sus muslos, ascendiendo hasta la tela que la cubría, sin dejar de acariciarla en ningún momento. Agarré las tiras de su fina ropa interior cuando romí el silencio.

-	¿Seguro que quieres hacerlo? No hay prisas.
-	Justin, quiero hacerlo… quiero hacerlo contigo. – Me provocó otra sonrisa. – Justin, solo… - tartamudeó cuando la desnudé al completo. – solo quiero que sepas que eres el primero. 

Me helé. Mientras mis manos enredaban en sus tobillos y mis ojos seguían sin entender cómo una persona tan sumamente preciosa como ella no se gustaba. Mientras notaba que mi boca se secaba y todo lo que podía oír era a mi corazón latir más rápido que nunca con nuestra respiración de fondo. Mientras intentaba adivinar en qué pensaba. 


-	Dani… tú también eres la primera. – Me miró confusa. – Eres la primera con la que hago el amor. 

La acerqué porque quería besarla. No quería dejar de besarla durante el resto del día. 
Hacer el amor por la noche es bonito, por el día también lo es, pero hacerlo en el amanecer  es lo mejor. Porque miras al cielo y ves tonos rosas y anaranjados, y ese no es el color habitual del cielo, eres un privilegiado si ves esos colores en el cielo. Y lo mejor de todo es que sientes que estás solo, que el mundo no se ha despertado todavía y que el universo se ha parado, solo por ella y por ti. Para regalarte este momento. Todo eso es lo que pensaba mientras movía mis caderas mientras me adentraba a ella, mientras no paraba de preguntarle si le hacía daño. Mientras veía cómo arqueaba su espalda por placer, mientras nuestros jadeos salían al unísono. Subí el ritmo cuando me depositó una larga serie de besos por mi clavícula. Oyéndola gemir más fuerte. 
Quizás fue ahí cuando me di cuenta de que estaba enamorado, cuando la oí gritar mi nombre, cuando yo grité el suyo. Cuando me seguía repitiendo que era preciosa mientras me mecía sobre ella, mientras la susurraba al oído, mientras la miraba cuando estaba sudada y por tercera vez en esa madrugada, no era consciente de que no lograse ver lo perfecta que era. Desde cómo se movía, desde cómo echaba la cabeza para atrás cada vez que entraba en ella, cada vez que, en vez de decirme que le dolía, me cogía de la mano, cada vez que me acariciaba ella a mí, o cuando decidió ponerse encima de mí, cuando sus caderas chocaban con las mías. 
Y de todo esto me daba cuenta a la vez que sonaba en mi cabeza Favorite Girl, la canción que compuse el día que se había quedado a dormir en mi casa, la noche en la que por primera vez le había contado a una persona mi historia, mientras ella me confesaba sus secretos. 
No estaba totalmente seguro de si la canción era para ella, ahora estaba convencido de que sí. ¿Para quién si no? Para la única sin la que no puedo vivir. 
Cualquier otra chica se habría ido después de hacerlo conmigo, pero era consciente de que ella no era cualquiera cuando la noté en mi pecho, dándome más besos aún. 

-	Espero que haya estado a la altura de tus expectativas. – Le dije al oído, con esa sonrisa de bobo otra vez. 
-	Siempre las superas. – Me volvió a helar. La abracé, porque es lo mejor que puedes hacer cuando no sabes qué decir. 
-	¿Quieres que nos duchemos? – Le volví a susurrar. 


Sin decir ninguna palabra, se incorporó, cubriéndose rápidamente con la sabana. Lo que yo no era capaz de entender. Se la volví a quitar. 

-	Créeme, si supieses lo preciosa que eres para mí andarías desnuda por la casa todo el día.  – La hice sonreír mientras la cogía como una princesa. Como la princesa que era y como la princesa que quería que se sintiera.