ÉMERAUDE.
Capítulo 1.

Narra Niall.


Me duelen los zapatos. Miles de casas, tiendas y personas pasan a mi lado como flashbacks mientras corro, alejándome de toda la masa adolescente que grita mi nombre a medida que intentan atraparme. Aprovecho un momento de distracción y me meto en la primera calle que veo, me subo la capucha de la sudadera por encima de la gorra de manera que parezco aún más patético y miro atrás, asegurándome de que nadie me siga.
No sé dónde se habrá metido Bob. Espero que me encuentre pronto.
Por primera vez en toda la tarde me permito fijarme en lo que hay a mi alrededor. La calle está vacía, pero es como si algo ya la ocupase y no se hiciera falta la presencia de personas. Es un espacio amplio, claro y tan blanco que las sombras oscurecen en su contraste con los fuertes rayos que se filtran de entre aquí y allí. Es de esa clase de lugares que todos recordamos de cuando éramos pequeños. Ese tipo de sitio que siempre encaja con las amapolas, que te hará mirar el azul del cielo al destacar su color, y, sobretodo, que tiende a hacerte sonreír. Creía que ya no existían sitios así en Londres, sitios… con color, vivos. La ciudad gris de sonrisa triste me demuestra otra vez que hasta en las cosas más inertes siempre hay una pizca de vida en cada uno, una pizca de color y sonrisa.
Le devuelvo a la calle la sonrisa que me ha robado.
Es entonces cuando oigo abrirse una puerta a mi izquierda. Me quedo inmóvil, paralizado dónde estoy, deseando que las dos chicas que han salido de la casa no tengan ningún tipo de conocimiento sobre la música pop actual. Intentando hacer el menor ruido posible me giro para poder mirarlas sin que me duela el rabillo del ojo. No creo que sepan quién soy o directamente quienes son los chicos, ya que una parece salida de una película de Tim Burton, con una camiseta de Nirvana (¡uf!) demasiado grande como para ser suya, las medias las lleva rasgadas, descosidas y a pedazos, seguidas por las Doc Martens negras más gastadas que existen, un cigarrillo en mano y, sorprendente e incoherentemente, la mirada más viva que he visto nunca. Su amiga, sin ningún parecido razonable, se gira para mirarme al mismo tiempo que lo hago yo. Me encuentro con sus ojos.
Una vez creí que el cielo era azul. Mi mente acostumbra vestir a los ángeles de blanco y turquesa. Ahora sé que nada como el verde de esos ojos se adecua a esa brillante realidad. Aunque también dudo que estos ojos sean un sueño. Estoy lo suficiente cerca como para diferenciar el iris de la pupila, y aunque sé que nos separaran mundos de diferencia, no puedo desviar la mirada de la hipnosis que parece que me alimente de recuerdos a medida que los segundos en que nos miramos pasan.  
Los gritos me sacan de mi ensueño y soy consciente de que he de continuar corriendo. Veo una salida al otro lado de la calle y, como si de ello dependiera mi vida (que prácticamente lo hace) voy hacia ella. Justo antes cruzar la esquina, vuelvo mi vista a esa mirada, que ahora ha abandonado la serenidad y se muestra incrédula en tonos esmeraldas a la poca luz que se filtra por las grietas de los edificios. Y, aunque sé que ni puede verme a través de las gafas, nunca podrá reconocerme, y aún menos entender el significado de lo que quiero transmitirle, le mando un adiós con los ojos, sabiendo que después de esto no habrá vuelta atrás.
Mientras corro por la avenida en que me he mentido a tientas y ciegas, plenamente consciente de que no tengo ni idea de a dónde estoy, veo a Bob, y doy gracias a todo lo que se me ocurre porque sin él estaría completamente perdido y a merced de las zarpas y uñas pintadas de rosa de las chicas que siguen corriendo al otro lado de la calle.
Mi guardaespaldas me espera junto al coche totalmente tapizado, con los cristales tintados y a prueba de balas. Me abre la puerta tan rápidamente que no me doy cuenta hasta que estoy dentro y el coche acelera, dejando atrás todos los flashes y cámaras que querían capturar papeles llenos de lo que podrían tanto mi rostro como mi firma.
Sigo pensando en la chica de antes, la de los ojos verdes, y en su amiga la gótica, cuando me doy cuenta que Bob está de los nervios. 
Nunca había visto unos ojos tan bonitos.
-NIAAAAAAAALL.
Creo aún sigo perdido en ese mar verde.
Por fin miro a Bob, quien está expectante a que le haga un poco de caso. Me fijo en él, y aunque esté en el asiento delantero me cuesta verle del todo. Está bastante patético con su cuerpo enorme de gorila metido en un coche pequeño, cual sardina en lata y girado para verme. Gruñe y eso le concede un aspecto aún más de animal. <<Grr Bob eres un salvaje. Vale, Niall, ya pasó>>.
-¿Decías…?- le pregunto.
-¿Se podía saber dónde estabas?
-¿Dónde estabas tú? Me giro un momento y ¡puf! Bob desaparece.
Él niega con la cabeza.
-Dios, Niall, un día de estos me matarás. Si te piras, avísame, porque -me enseña su brazo, lleno de moretones y de restos de pintauñas- me cuesta lo suyo evitar que te coman, ¿sabes? Además las chicas no parecían entenderme cuando decía que no estabas conmigo. Que, por cierto, aún no me has dicho dónde estabas.
-Bob, sinceramente, no sé qué quieres de mí. Yo diría que necesitas un descanso, ¿no estás de acuerdo, pequeño matón? –me acerco al asiento delantero a tocarle la mejilla y la aparto rápidamente al ver su mirada enfurecida. Él añade:
-Oye chico, tienes que tomártelo más en serio, ¿y si te hubiera pasado algo? ¡Me estoy jugando mi trabajo! ¿Tú sabes la de broncas de Modest! que me gano solo porque tú quieras una hamburguesa?
Desvío su mirada y me centro en la carretera. Las calles de Londres pasan ya muy rápido a medida que vamos a las oficinas de 1D. Odio esos discursos. Sobre todo porque soy consciente de que no soy yo quien lleva razón. Lo único que quería ir a comprar una hamburguesa, como millones de chicos de mi edad puede hacer sin que pase nada. Sin tener que llevarse un guardaespaldas y, para colmo, que luego te peguen la bronca. A veces eso es lo que tiene ser Niall Horan, ¿no? A veces eso es lo malo. Y adoro mi vida, completamente, lo que hago y todo lo que eso conlleva. Adoro mis fans, por Dios, ¡adoro tener fans! Y, claro, adoro a los chicos. Pero yo sí he sido normal una vez, y añoro ser invisible. Excepto ese momento, en la cima del mundo, cuando te enfocan  miles de luces, cuando tienes delante a un trillón de personas, con la sinfonía más estridente jamás oída de gritos, gritos agudos, que te queman los tímpanos, que fluyen en el aire, que gritan tu nombre. Y te escuchan a ti, tú eres el centro, apenas unos metros entre medio, un millón de mundos que separan. Todo un estadio te está mirando, parece que tengas la humanidad a tus pies, te sientes tan poderoso que costarán océanos de furia pararte. Y te miran, y tu miras al horizonte, sin fijarte en nadie y centrándote en cada uno de ese “todo”.
Mirada universal de alcance personal, decían. Nunca lo entendí hasta que estuve al otro lado.
-Bob -consigo decir, después de unos minutos de silencio.
-¿Ajá?- dice, no sin cierto enfado en su voz.
-Lo siento.
Y no miento. Me mira como si fuese una bomba que acabase de explotar. Espera unos segundos antes de responder:
-Los dos estamos un poco nerviosos hoy. -Se acomoda en el asiento, apoyando la cabeza a un lado de manera que así le roba unos pequeños segundos al Sol.
-¿Puedo pedirte un favor? -ale, ya lo había dicho. Vuelve a girarse hacia mí muy dramáticamente, levanta una ceja y hace una mueca.
-Ya decía yo que ese lo siento era poco corriente.
-Vamos, lo decía en serio. Pero necesito que hagas algo por mí.
Nos paramos en un semáforo. El conductor del coche, a quién extrañamente no conozco, parece muy entretenido en la canción que empieza a sonar por la radio y sube un poco el volumen. Bob lo baja mientras se mete un walkie-talkie estropeado en el bolsillo y le lanza una mirada de reproche.
-¿Qué es?
-Necesito que me investigues una casa. Bueno, una chica. Pero lo único que sé de ella es dónde vive. No hace falta decir que es algo completamente profesional, paraaaaaaaaa… el tour y eso.
-Ya.
No me cree.
-Poooorfaaavooooooooor. ¿No hay manera? Podrías enviar a alguien o, no sé, hacer algo.
-Ajá.
Me torturaba. Lenta y dolorosamente. Ése es uno de los muchos inconvenientes que conlleva tener un guardaespaldas personal; que, además de estar prácticamente las veinticuatro horas contigo, te conocía perfectamente. Su teléfono empieza a sonar estrepitosamente justo cuando iba a tirarme a su asiento e implorarle clemencia y piedad. Bob lo coge no sin antes enviarme una de sus miradas.
Me saco los zapatos, que me aprietan, y los dejo tirados por el suelo del coche. Saco mis llaves del bolsillo y juego con ellas mientras oigo a Bob responder unos “ya, sí, bueno, ya casi estamos ahí. Hemos tenido unos problemas. No, nada, unas cuantas chicas. Bien. Hasta ahora”. Sé por su voz que es el management y no hablamos más en todo el camino. El conductor sube el volumen de su música y, esta vez, Bob no le dice nada. Cuando llegamos al parking de  las oficinas ya no queda casi nadie. Me despido del hombre que nos ha llevado hasta aquí y, sin zapatos, bajo del coche. Ninguno de los dos, ni Bob ni yo, dice nada hasta que llegamos al ascensor, que pregunta:
-¿No deberías llevar zapatos?
Me miro los pies y veo que, gracias a la gran cantidad de polvo del parking, mis calcetines blancos nunca volverán a ser claros de nuevo.
-Debería.
5a planta. “OFICINAS ONE DIRECTION” lucen en diferentes carteles, junto con pancartas con nuestras caras, nuestros nombres, nuestro álbum y todo lo que tenga que ver con “esos cinco chicos”.
Al principio, justo después de la gira de The X Factor, este edificio me encantaba. Creía que por fin había conseguido algo con mi vida, y, de hecho así era, y que era allí, a ese edificio, dónde pertenecía. No me di cuenta hasta que volví a casa por primera vez de lo muy equivocado que estaba.
Aunque Bob y yo nos sabemos de memoria el camino de la entrada a la sala de reuniones, dónde me reclaman, una chica nos conduce hasta ahí y, para mi sorpresa, veo que ahí no sólo está George Simons, mi manager personal, sino mucho más personal.
Me sorprende ver a casi todo el equipo reunido, y más a estas horas. Tendrían que estar comiendo. Aunque lo que más me llama la atención es que están aquí todos, hasta los directivos de publicidad y marketing, cuando a estas alturas del año ellos no tienen nada que hacer en las oficinas. Cuando 1D acabó el tour por Australia, hará unos cuatro días, los chicos y yo nos volvimos a Londres con tal de acabar de gravar algunas canciones del nuevo álbum. Ahora tenemos un mes de “vacaciones” antes de empezar el tour por América, que por lo que vamos viendo será una locura. Creo que soy el más nervioso de los cinco. Aunque será muy difícil superar todo lo que hemos visto en Europa y Australia. 
Cuando me llamaron ayer (llamaron a Bob) y dijeron que hoy tendría que pasarme por las oficinas por al menos dos horas me sorprendió, aunque supuse que sería algo relacionado con cambiar la letra de alguna de las canciones, o algo parecido. Ahora, con todo el personal aquí reunido y unos ocho pares de ojos enfocados en Bob y en mí mientras entramos, pondría la mano en el fuego de que es algo mucho más diferente, e importante.
Todos lucen una sonrisa de superioridad, y es imposible descubrir qué sentimientos se ocultan tras ellas. Saludo a George y a algunos directivos familiares, y me presentan a los que aún no he tenido el placer de conocer. Michael, Phil, Connor, tantos nombres por recordar y, sin embargo, para mí todos ellos son iguales. Aunque hay algunos hombres muy majos en Modest!, la mayoría me caen demasiado mal como para importarme el recordar sus nombres o no.
Tomo asiento entre George y Bob, en la mesa redonda dónde siempre suelo recibir las peores noticias: “No cantes tal solo, toca la guitarra solo en cierto momento, lleva puesto esto y no lo otro etc.”; y algunas de increíbles, aquellas que hacen que no se me quite la sonrisa en semanas, como cuando nos dijeron el enorme éxito que había tenido nuestro primer álbum, Up All Night, o la vez en que empezamos a plantearnos empezar un segundo. 
Alguien enciende un portátil y una chica nos pregunta si queremos café. Todos parecen tener algo que decir, pero se limitan a mirarme expectantes. George es el primero en hablar: 
-¿Se puede saber porqué no llevas zapatos?
Todos ríen y me miro los pies. Creía que no se habían dado cuenta; yo ya me había olvidado por completo de mis Supra Skytop Sneakers (así es como se llaman mis zapatos) abandonados en el coche. Me pregunto si me las llevarán a casa o si no las volveré a ver más. En todo caso, tengo siete pares más.
-Eh... Me apretaban.
Vuelven a oírse carcajadas, aunque no sé si eso último ha sonado como una afirmación o pregunta.
-Ya... En fin -sigue George-, no hemos venido a hablar sobre tus pies.
“Ya decía yo”.
-Venimos a proponerte algo -esta vez es un hombre al otro lado de la mesa quién habla. Creo que tiene un cargo en publicidad-. Te influye a ti y a la banda. Es algo importante. No estaríamos todos aquí si no lo fuera.
Miro a Bob y me pregunto si sabía algo de todo esto. La verdad es que un guardaespaldas no pinta mucho aquí, con sus hombros anchos y su ceño fruncido, rodeado de hombres con traje que sonríen falsamente y se rascan el mentón. Pero Modest! ya sabe como soy yo, y que dónde yo voy Bob viene detrás. En lo que repercute a la banda nunca tomaría ninguna decisión sin preguntarle a él primero.
-Está bien. ¿Qué pasa?
-Tú sabes muy bien que últimamente hemos tenido algunos problemillas con la prensa. La verdad es que la fama del grupo no está pasando por una buena racha. Sobretodo debido a todo el rollo de Caroline y Harry...
Asiento. Sé lo mal que se ha pasado, dentro y fuera de la banda. Aún no entiendo qué tiene que ver todo conmigo, y porqué no han avisado a los otros. Lo que dicen es verdad, cada día se escriben cosas peores de Harry en los periódicos y eso nos influye a todos pero, ¿no tendrían que decirle todo eso a Harry?
-Así que, llegados a una conclusión, se ha decidido que uno de los chicos necesita un poco de... estabilidad. 
No respondo nada e intento no flipar demasiado. Están esperando que lo engulla todo, o que responda algo, pero no entiendo nada. Así que me quedo callado. George, a mi lado, continua:
-Tú sabes las buenas críticas que se reciben de Liam y Danielle. Y Eleanor y Louis, que ya han pasado el medio año. ¡Vuestras fans adoran a Eleanor! -casi suelto una carcajada con el comentario-. Las directioners adoran que tengáis relaciones largas, novias formales, ¿sabes porqué? Sí lo sabes; es porque les da algo a lo que aferrarse. Las próximas pueden ser ellas. Y les encanta veros felices. No hay nada que dé más de hablar que un nuevo ligue en una banda, ¿me equivoco? 
No se equivoca. Deseo que lo hiciera. 
El nudo que se me ha hecho en la garganta solo me permite responder asintiendo. No me está gustando por dónde va la conversación. Es más, no quiero saber cómo acaba. No quiero pensar en lo que me van a decir. No quiero que me lo digan. 
Pero, de nuevo, el mundo me demuestra que lo que yo quiera o desee no influye en las acciones de los demás y aunque yo quiero que se calle, George sigue hablando: 
-Ya hace mucho que no hay rumores buenos de One Direction. Necesitamos esto y tú debes formar parte, por el bien de la banda. -Espera unos minutos antes de continuar; antes de soltar la bomba que acaba con la que yo-creía-controlada vida-: Creemos que es hora de que Niall Horan encuentre a su tan esperada princesa. 
Yyyyyyyyy bum. Explota. Todo rastro de llevar una vida mínimamente normal junto con mi carrera se esfuma y divide en trocitos, pequeñas cicatrices inmortales que me recordarán este día. Pequeños restos de la bomba. 
Cada palabra dicha es como un golpe, cada simple sílaba sabe a veneno. ¿Qué me están pidiendo? ¿Que finja? ¿Que me busque una novia? Esto no se escoge. Te enamoras, no eliges a una persona para enamorarte. De cada tres palabras hago esfuerzos inhumanos para entender una y aún así sigo perdido. No me puedo apartar la sensación de ser el protagonista de un enorme y falso espectáculo, todo depende de cómo te perciba el mundo y lo que yo sienta o deje de sentir no es apenas relevante.
-Es muy importante lo que te estamos pidiendo-dice hombre a mi izquierda-; otro paso en falso y la prensa acabará por dejar vuestra reputación reducida a zero. Te estamos pidiendo unos meses de relación... obviamente pasando del medio año. Será todo muy público, pero de puertas hacia dentro no tendréis que fingir nada. Hemos pensado en darlo a conocer en uno de los conciertos de América, que la chica venga a verte, le grites con el micro, cosas así. Aunque ya se os habrá visto juntos antes, muchas especulaciones, este mes en Londres es vital para el proyecto, supongo que lo entiendes.
¿Ah, que es un proyecto? ¿Tenían planteado esto desde hace ya tiempo? Las palabras empiezan a surtir efecto demasiado rápido y necesito unos minutos para procesarlo todo. Intento calmarme, intento no pensar en que han estado vete-tu-a-saber-cuanto-tiempo planeado mi vida privada con vete-tu-a-saber-quién. 
Si me arrebatan la posibilidad de escoger, de amar, no sé qué más me quedará. Si me quitan eso, no estoy muy seguro de quién soy, ni de cual es mi identidad. La idea me asusta un poco.
-Hemos estado buscando... -alguien me pasa una serie de fotos y hojas a ordenador- buscando la chica adecuada. Hay una recopilación de cinco chicas dispuestas a llevar a cabo este proyecto. Son perfectas, discretas, sin fotos filtradas en internet, de tu misma edad... Todas de clase alta, claro, si es alguien que te acompañará a fiestas públicas con demás celebridades necesitamos tener al menos una base de comportamiento y educación.
Mientras paso una a una las fotos no puedo sacarme de la cabeza que estas cinco chicas están dispuestas a fingir algo que no sienten. Claro, cualquier adolescente quiere tener como novio un famoso, pero, ¿fingir? ¿De verdad? Me parece tan patético que aparto las fotografías con un movimiento brusco.
Mis pensamientos tienden a liarse, pero ahora ya tengo claro lo que quieren de mí. Y tengo aún más claro que no voy a dárselo. Sé que no puede negarme y ya está. Es no vale, y menos con Modest!. 
Bob y yo nos miramos, y puedo saber que él comprende cómo me siento. Y justo cuando le miro se me ocurre algo, y me asombra que haya tardado tanto en surgir, quizá porque hasta ahora lo único que había llegado a pensar era la gran curiosidad de le había traído esos ojos, y nada más lejos de ahí. Es verdad que cuando le había pedido a Bob que consiguiese información de la chica esmeralda creía que podría llegar a pasar algo, pero nunca me hubiese imaginado que esta noticia llegaría. 
-¿Puedo... hablar con Bob cinco minutos? Fuera. No tardaremos.
Me lo llevo antes de que tengan tiempo a decirme “no”.
-¿Te acuerdas de la calle por la que veía cuando os he encontrado en el coche? -pregunto, una vez dejo a mi espalda la puerta de la sala de reuniones. 
No responde. Seguramente duda de la estabilidad completa de mi mente ahora mismo. No debe entender porqué le estoy diciendo esto, y más después de todo lo que nos acaban de decir. 
Yo sigo en mis trece:
-Si hombre, hace un rato, cuando me he perdido. Debe ser Barton Street, creo, no me acuerdo muy bien.
Llevo poco más de un año con domicilio propio en Londres (un apartamento con muchos lujos que Modest! Me obligó a comprar, ya que “mi tiempo en Londres aumentaría a la vez que lo hacía mi fama”) y, contado que llevo 5 meses de giras, photoshoots i una agenda al completo, no he tenido mucho tiempo, que digamos, para gastarlo en Londres, y menos en aprenderme sus calles.
-Sí, sí, sé cuál dices, ¿Pero a qué viene...? ¿Es tu paranoia de antes? ¿Lo del coche?
-Bob, tienes que ayudarme.
-Niall... -empieza, exasperado.
-Bob. Tienes. Que. Ayudarme.
Hago una pausa. Levanta una ceja, cansado de mis juegos. Pero esto ya no es un juego.
-Allí vive una chica, la única chica, que me ha llamado la atención, en meses. Tienes que ayudarme, por favor. Tienes que ayudarme porque es la única alternativa a las barbies de pega que me ofrecen ahí dentro.
Él sí sabe que es la única alternativa. Está claro que he tenido algún que otro desliz, diversas chicas, diversas noches, pequeños juegos. Nada importante. Sobretodo en las fiestas, allí sí que se pasa bien. También he intentado seguir con la chispa que muchas chicas me han causado, las que me han llamado la atención por cualquier cosa (como hace dos semanas, en Australia, una rubia con la que fui a cenar... que me dejó muy claro que entre ella y yo nunca habría nada serio, pero eh, que besaba genial) o únicamente chicas interesantes, pero nunca nada me ha durado más de un mes. Y, seamos sinceros, no se me rompe el corazón cuando me doy cuenta que la “relación” que podría tener con esas chicas no irá más allá; pero jode. Veo a Louis, a Liam y miles de amigos míos tan.. bien con las chicas, tan estables; que me gustaría encontrar por fin a la mía, me gustaría estar de la misma manera que les veo a ellos, me gustaría ser la envidia de otro. Está claro que he tenido mis momentos con chicas, miles de momentos (una vez entras en el mundo de la fama hay tantas chicas detrás tuyo que cuesta hasta escoger) pero nunca nada me ha interesado. Sé que lo que le estoy pidiendo a Bob es una locura, realmente es lo más extraño que he hecho nunca, bueno no, conviviendo con Louis la frase de “más extraño que he hecho/visto o parecido” no es aceptable. Pero sé que no conozco a esta chica, no tengo ni idea de quién es, de dónde sale, de dónde va a parar, no sé absolutamente nada de ella. Nunca en la vida le he hablado. No sé ni si tiene novio.
Pero en el callejón, cuando la he visto, ha sido diferente.
Sé lo que estáis pensando. Algo “diferente” sólo existe en las películas, pensáis que no se aplica a la vida real. Pero os como perder a un ser querido, como el perfume, como la primavera, el hambre o el mar, son cosas que no se entienden, que no se pueden explicar y aún menos interpretar si no se viven por uno mismo.
¿Y sabéis como lo sé? Porque soy Niall Horan, me vienen chicas como pañuelos, tengo acceso a mucho más que miles de chicos de mi edad, he visto probablemente las chicas y  mujeres más guapas que existen, y, aún que son espectaculares, aunque te nublan la vista de lo guapas y sexys que pueden llegar a ser, las únicas que me han transmitido algo hasta ahora son contadas. Con una mano. Con ninguna, por muy preciosas que sean, he querido nada más. Con ninguna ha sido diferente. Esa es la diferencia. Tengo acceso a todo menos a lo que quiero, o a lo que querría si supiera de su existencia. Por eso, desde que empezó One Direction ninguna chica ha sido la chica. Supongo, claro, hasta ahora. Al menos de cara al público.
Por el rabillo del ojo veo que dentro de la sala estan entablando una conversación que pinta ser muy poco interesante, al menos para mí, ellos disfrutan como niños, y sé que tengo que darme prisa antes de que acaben de hablar y me obliguen a entrar de nuevo.
-¿Boooooob? -hago hincapié en la o, ascendiendo como si fuese una melodía, de más grave a muy agudo, hasta que me mira.
-¿En serio crees que funcionará? ¿Accederán?
-¿Por probar?
-Dios...
-Genial. Perfecto. Gracias, gracias gracias. 
-Eh, aún no he dicho nada.
-Eres el más puto mejor Bob. Te quiero mucho tío.-Vuelve a replicar y sigo hablando-: Necesitaré que me pases un informe completo. Como para dentro de dos días. Hmm, nombre, calle, 
-¿Nombre? ¡¿NOMBRE!? ¿No sabes su nombre?
-Es probable que no -mi voz más-aguda-de-lo-que-me-gustaría me delata.
-Ya. 
Me odia. En el fondo me quiere. Su mayor problema es que no me entiende. Me repito mentalmente lo de dejar la clase de “entender a Niall” para después, ya que ahora tenemos cosas pendientes. Aunque estoy muy tentado a meterle un sermón. Muy tentado. 
-NOMBRE –repito, haciendo émfasi en la palabra, sólo caso de si no le ha quedado claro-, calle, estado civil, fecha y lugar de nacimiento, familia más cercana (y a ser posible en no tan cercana) y amigos más comunes. O no amigos. O gente con la que va. Tú ya me entiendes –no creo que lo haga-. En el caso de que encuentren alguna información relevante que se me haya olvidado mencionar diles a tus hombres que la añadan al informe. 
Vuelvo a desviar la mirada hacia el interior de la sala mientras Bob hace unas llamadas negando continuamente con la cabeza y, para mala suerte mía, los directivos han acabado su preciada conversa y esperan ansiosos que Bob y yo acabemos la nuestra.
-Está bien. Lo tendran para dos días –afirma, una vez vuelve de hablar por teléfono.	
Vuelvo a la sala medio saltando medio caminando, orgulloso de salirme con la mía y entre Bob y yo les explicamos mi sumamente inteligente propuesta a los directivos de Modest! Entre los dos también nos las ingeniamos para camuflarlo todo un poco, el trato se queda en que durante todo este mes que pasaré en Londres he de encontrar “una chica” y hacer de ella mi futuro amor platónico, o de lo contrario escogeran a una de las barbies y tendré que aguantarme. Al principio les cuesta aceptar, pero finalmente acaban cediendo, ya que saben que es o eso o nada, saben que solo aceptaré ese trato o que me las ingeniaré para no tener que hacer nada. 
Aunque han aceptado; son Modest!; antes de ceder han puesto como mínimo unas 50 condiciones que tendré que cumplir o el trato se va a freír espárragos. 
Asiento cuando me dicen que “tendrá que ser todo muy público”, “nosotros nos ocuparemos de los actos a la vista de todo el mundo”, “primero tendrás que presentarnosla y decidiremos si vale para el cargo o no” y otras 902962379 cosas que tendré que cumplir, a las que asiento pero no me digno a escuchar.
Cuando por fin abandonamos las oficinas vuelvo a estar hambriento y cansado. Una vez me he asegurado de que Bob hará parte de la investigación, me despido de él y el mismo hombre que antes me había llevado a las oficinas me devuelve a casa, no sin antes subir el volumen de sus canciones. 
Enciendo el móvil a la vez que abro la puerta de mi apartamento, mi apreciado ático con vistas a todo Londres, y veo que tengo llamadas perdidas de mi madre y de Louis, pero vuelvo a cerrar el iPhone rápidamente. Me pongo una peli y me duermo, con ropa y las palomitas en la cara, en el sofá, antes de que me dé tiempo a pensar en lo que voy a hacer a partir de ahora. Antes de que mi mente llegue a asumir los cambios que repercutirán en mi vida.
Antes de que me dé tiempo a decir no.
Y, sobretodo, antes de que la chica de los ojos verde esmeralda los cierre una única vez esa noche.


Dos días después, Bob me pasa un sobre blanco, únicamente manchado por dos palabras que, desde que las leo por primera vez, cambian mi mundo por completo.
Ahí reza, con letra pulcra y en cursiva:
Valerie Dare.