"pídeme TODO lo que tu quieras" [Adaptación Justin & Selena] 

Capitulo 9

—Canadiense. 
No me extraña. Mi empresa es Canada y hombres como aquél se ven a diario por allí. Pero, sin poder evitarlo, lo miro con una sonrisita maliciosa. 
—¡Suerte en el Mundial! 
Entonces él, con gesto serio, se encoge de hombros. 
—No me interesa el fútbol. 
—¡¿No?! 
—No. 
Sorprendida de que a un hombre, a un Canadiense, no le guste el fútbol, me hincho orgullosa al pensar en nuestra selección y susurro para mí: 
—Pues no sabes lo que te pierdes. 
Sin inmutarse, él parece leerme la mente y se acerca de nuevo a mi oreja, poniéndome la carne de gallina. 
—De todas formas, ganemos o perdamos aceptaremos el resultado —me susurra. 
Dicho esto, da un paso atrás y regresa a su sitio. 
¿Le habrá molestado mi comentario? 
Yo lo imito y me doy la vuelta para no tener que verlo. Miro el reloj; las tres de la tarde. ¡Mierda! Ya he perdido tres cuartos de hora de mi comida y ya no me da tiempo nisiquiera para comer lo de siempre. Con las ganas que tenía de comerme una rica hamburguesa… ¡En fin! Pararé en el bar de en frente de la empresa y comeré algo pequeño. No tengo tiempo para más. 
De pronto, las luces se encienden, el ascensor reanuda su marcha y todos en su interior aplaudimos. 
¡Yo la primera! 
Movida por la curiosidad, vuelvo a mirar al desconocido que se ha preocupado por mí y veo que él sigue observándome. Vaya, con luz es más alto y más ¡sexy! 
Cuando el ascensor llega a la planta cero y las puertas se abren, Emma y las de contabilidad salen de su interior como caballos desbocados entre chillidos e histerismos. Cómo me alegro de no ser así. La verdad es que soy un poco calmada. Mi padre me crió así. Sin embargo, cuando salgo, me quedo parada al ver a mi jefa. 



Capitulo 10

—¡Justin, por el amor de Dios! —oigo que dice—. Cuando he bajado para encontrarme contigo e irnos a comer y he recibido tu Whatsapp diciéndome que estabas encerrado en el ascensor ¡creí morir! ¡Qué angustia! ¿Estás bien? 
—Perfectamente —responde la voz del hombre que ha hablado conmigo sólo unos momentos antes. 
De pronto, mi cabeza rebobina. Justin. Comida. Jefa. ¿Justin Bieber, el jefazo, es a quien le he dicho que soy como la niña de El exorcista y le he metido un chicle de fresa en la boca? Me pongo como un tomate y me niego a mirarlo a la cara. 
¡Dios! ¡Qué ridícula soy! 
Deseo escapar de allí cuanto antes, pero entonces siento que alguien me agarra del codo. 
—Gracias por el chicle… ¿señorita? 
—Selena —responde mi jefa—. Ella es mi secretaria. 
El ahora identificado como señor Justin Bieber asiente y, sin importarle la cara de mi jefa, porque no la mira a ella si no a mí dice: 
—Entonces es la señorita Selena Gomez, ¿verdad? 
—Sí —respondo como si fuera una boba total. 
Mi jefa se cansa de no sentirse la protagonista del momento y lo agarra posesivamente del brazo, tirando de él. 
—¿Qué tal si nos vamos a comer, Justin? ¡Es tardísimo! 
Como si me hubieran plantado en el vestíbulo de la empresa, yo levanto mi cabeza y sonrío. Instantes después, aquel impresionante hombre de ojos color miel se aleja, aunque, antes de salir por la puerta, se vuelve y me mira. Cuando por fin desaparece suspiro y pienso: «¿Por qué no me habré estado calladita en el ascensor?». 

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