Noveno capítulo: Evasión de la realidad.

Nota: Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. Lo siento. 
Siento de verdad no haber podido subir capítulos, pero estaba hasta arriba, literal, de exámenes, y no tenía tiempo. Esta semana intentaré subir todos los días, en Navidades no voy a subir hasta el día 7 u 8 de Enero, no estoy en mi casa. Pero os prometo que estos capítulos van a ser largos y los de Enero también. Mil gracias por preguntarme una y otra vez por los capítulos y por todos los comentarios. Este capítulo lo he hecho más largo para compensar los días que no subí. 

Una vez allí detrás de Justin, con el arma apuntando hacia nuestras cabezas, se me paró el mundo por un instante. Justin estaba hablando con él, pero yo no estaba pendiente de la conversación.
Por mi mente pasaron todos los recuerdos que tengo de mi corta vida, y llegué a la conclusión de que no estaba orgullosa, no había aprovechado bien el tiempo que había tenido, ni a las personas. Pero me di cuenta de que si me mataban ahora mismo, tampoco me importaría, no, no me importaba morir, pero si algo tenía claro, era que no iba dejar que matase a Justin. Antes de que pudiese concienciarme de lo que había pasado, aquel señor ya había bajado la pistola y Justin me estaba rodeando por la cintura con un solo brazo, pegándome a su costado e introduciéndome en su casa. Una vez dentro, apoyada en un extremo de la puerta abierta, Justin abrió un cajón para sacar una bolsa de lo que supuse que era dinero. Se la tiró al señor sin molestarse en salir de la casa y dio un portazo. 

-	¿¡Qué ha sido todo eso!? 
-	¡Te dije que te fueras, joder! ¡No tenías que haber visto nada de esto! – Estaba sentado contra la puerta, con la cabeza escondida entre sus manos. Sabía que estaba llorando, y por muchas veces que le viese llorar, sabía que no me iba a acostumbrar a aquello. Me senté a su lado, mirando el pelo que no estaba cubierto por las manos y relajé mi tono de voz.
-	¿Es tu padre? – Negó con la cabeza. Descubrió la cara y sin secarse los restos de lágrimas que se depositaban en sus mejillas, dijo entre dientes con cierto tono de asco. – No. Tendremos la misma sangre, pero ese cabrón no es mi familia. – Puso una mirada ausente, triste. 
-	¿A qué ha venido? ¿Y por qué te apuntaba con una pistola?
-	Es una historia larga y que no me apetece recordar. – Pausó en mí la mirada dos segundos. Acto seguido, se levantó, vaciló un momento y se secó la cara con la parte inferior de su camiseta. Me levanté tras él. – Siento que hayas tenido que ver esto. – Me rodeó con sus brazos y apoyé mi cabeza en su hombro. Depositó pequeños besos en mi pelo. Yo sólo le apretaba con fuerza, para hacerle saber que estaba allí con él. Nunca me había dado un abrazo tan sincero. Nuestros abrazos siempre solían ser bromeando, con unas cuantas risas y una sacudida de pelo por su parte. Noté cómo sus lágrimas volvían a caer de sus ojos, mojándome el cuello. Elevé un poco la cabeza y le di un beso en el mentón, me apretó un poco más. 
-	¿Quieres estar sólo? – Sabía que aunque me dijera que sí, no quería, ¿a quién le iba a gustar estar solo en una situación como esta? Pero quería oír su voz, saber que esto ya había pasado. 
-	No, por favor, quédate conmigo. – Su voz se ahogaba contra mi cuello. Pero pude oírle gracias a que tenía el oído muy cerca de su boca. Cada vez sus brazos me estrechaban más, notaba presión, pero no me hacía daño. Alcé mis manos para acariciar su pelo, nunca me habían hecho eso, pero he visto en películas como esto tranquiliza. Noté un pequeño vacio en mi tripa, mi madre nunca me había acariciado el pelo. Me entristeció saber que jamás había recibido un gesto tan insignificante, como el que te acaricien el pelo, pero que a la vez podía ser tan gratificante. – Tenía que haberle matado. – Dudé en si había sido real lo que acababa de oír, pero Justin lo había dicho demasiado serio. Me separé un poco de él, sin dejar  de abrazarle.
-	Justin, no digas tonterías, por muy mal que te haya tratado, ¡es tu padre! 
-	¡Que no, que ese imbécil no es mi padre, no es nada mío! ¡Nada! ¡Ha sido lo peor que me ha pasado en la vida, él!
-	Justin, sé que estás cabreado, pero creo que te estás pasando.
-	Pues yo creo que decir eso no es nada en comparación con…
-	¿Con qué? – No pudo responder. No pudo ni siquiera abrir la boca para musitar una palabra. Las lágrimas le invadieron. Creo que ni yo había llorado así en el peor día de mi vida. Pasó de sollozar a casi gritar. Yo sólo le estrechaba entre mis brazos. De repente le entendí a la perfección, esos llantos eran de rabia, de rabia por guardar una cosa dentro y no compartirla con nadie, y ya, simplemente había explotado. Como temo que me pase algún día. 
-	¿Quieres que te lo cuente? – Se volvió a secar las lágrimas. Se separó del abrazo, pero seguía a la misma distancia mirándome fijamente a los ojos. Asentí levemente. Justin clavó su mirada en el suelo, cerró los puños y frunció el entrecejo unos segundos, luego se llevó las manos a los ojos y se apretó un poco, se pasó la mano por el pelo y me sentó a su lado en el sofá. Cogió una de mis manos y entrelazó sus dedos entre los míos, sin dejar de mirarme a los ojos. Luego, apoyó su cabeza contra el respaldo y empezó a hablar. – Cuando tenía doce años mi padre empezó a pegar a mi madre. Mi mundo entonces se empezó a desmoronar. – Se le humedecieron los ojos, yo le apreté la mano un poco más fuerte. – No he tenido una infancia fácil, en el colegio y en el instituto sufrí bullying, jamás llegué a tener ningún amigo. Ni uno solo, ni dentro ni fuera del colegio. No sabía exactamente por qué no encajaba, ellos me decían que porque tocaba la guitarra y el piano, y eso era de gays. Mi madre estaba siempre conmigo, siempre que venía solo del cole, ella estaba esperándome en la puerta, me llamaba en las horas de recreo al móvil para que no me sintiese solo… Empecé a odiar a mi padre, quizás a los doce años no se puede odiar a nadie, y menos a una persona que lleva viviendo contigo desde el día en el que naciste, pero yo solo sabía que estaba haciendo daño a mi madre, y eso no me gustaba. Una noche estaba durmiendo en mi habitación, cuando oí  un ruido que venía de la puerta de mis padres. Me asusté, no escuché a mi madre llorar como solía hacer cada noche. – Empezó a llorar, acercándose un poco más a mí. – Fui corriendo a su habitación y me encontré a mi madre tirada en la cama, desnuda y muerta. Mi padre estaba con un bate de béisbol en la mano.   Me recorrió algo por el cuerpo. No sé si fue odio, ira o qué, pero desde ese momento no era el mismo. Me había quitado a mi madre, a la persona más importante de mi vida. Ya no estaba. Mi padre salió de allí, dejándome solo con ella. ¿Sabes lo que lloré? Busqué de todo para matarme, me sentía perdido. – Ahora los dos estábamos con lágrimas en los ojos. Pero en vez de agarrados de la mano, él tenía su cabeza recostada en mi pecho. – Me fui de casa dos años más tarde. – Me miró e hizo una pausa que interpreté como que ya había acabado de hablar. Estaba conmocionada, me temblaba todo el cuerpo. Apenas podía articular palabra.
-	Justin, yo… sé que “lo siento” no sirve de nada, pero… 
-	Lo sé, no tienes que decir nada. – Cruzó sus manos por detrás de mi cabeza y me apoyó en su pecho mientras me besaba la frente. Yo le abrazaba de la cintura, lo más fuerte que podía. 
-	¿Por qué nunca le denunciaste? 
-	Porque eso no traería a mi madre de vuelta. Y es todo lo que yo quería, si ella no estaba no me importaba lo demás. 
-	Gracias por habérmelo confiado. – Susurré. 
-	Gracias a ti por habérmelo dejado confiar. Espero que ahora me cuentes más cosas a mí. – Sé que quería cambiar de tema. Lo entiendo, era demasiado horroroso.
-	Ya sabes que me fui de casa porque ese no era mi sitio. No hay más historia.
-	Yo no me refiero a eso. – Me tomó de las muñecas y las alzó para dejar los cortes a la vista de ambos. Intenté retirarlas, pero era más fuerte que yo. No pude evitar sentirme patética, durante todo el tiempo que llevo aquí siempre he fingido ir de una persona fuerte, una persona que no se rompía tan fácilmente. Jamás creí que llegaría un día en el que tendría que contárselo a alguien. “Patética.” Es todo lo que resonaba en mi mente. Cuando volví a mirarle, y prometo que me costó hacerlo, mis muñecas estaban en frente de sus labios, y él las iba dando pequeños besos mientras me acariciaba cada corte con las manos. - ¿Por qué lo haces? - ¿Qué se supone que tengo que decir? ¿”Porque me siento mal conmigo misma, lo hago porque la sangre me hace sentirme viva, durante unos momentos me libro de este vacío. Por mi autoestima.”? Ya sabía la respuesta “Eres increíble, no vuelvas a hacerlo, promételo.” Esa era la respuesta que siempre te dan. “No vuelvas a cortarte, eres preciosa.” Es como si a una persona con cáncer la dices “Supéralo, eres fuerte.” No es tan sencillo. 
-	No voy a mentirte, pero tampoco me hagas darte una respuesta. – Ahora era yo la que tenía la mirada baja. Estaba temblando. Tenía ganas de llorar, de volver a cerrarme en el baño… y a lo mismo de siempre. 
-	No te voy a pedir que lo hagas si no quieres. – Llevó mis brazos hacia su cintura, y me alzó encima de él, cuando consiguió tumbarse, me recostó a un lado, contra el respaldo del sofá y su costado. Se dio y la vuelta y quedó mirándome, acariciando cada corte, mientras me daba cortos besos en la frente. Me apretó contra él y nos quedamos mirándonos por un buen rato. 

Por un momento, me sentí bien. Como hacía mucho tiempo que no me sentía, como cuando era pequeña. En ese momento no estaba fingiendo, estaba siendo yo. La “yo” que tanto odiaba, pero al menos no estaba mintiendo. Kurt Cobain una vez dijo “Prefiero que me odien por lo que soy, a que me quieran por lo que no soy.” Y por una vez esta frase tenía razón. He estado rodeada de gente que ‘quería’ a una persona que no era yo, por eso me sentía sola, porque no me mostraba. Mostraba una coraza de mí. ¿Y si me odian por ser yo? Tampoco me importaba en ese preciso instante, me iban a odiar a MÍ, pero al menos era yo misma, quizás por eso me sentía bien. Aunque sabía que este yo no iba a salir de aquí, que cuando volviese a ir a la calle o a quedar con todos, volvería a mostrar mi coraza. No me sentía con la suficiente fuerza de voluntad para hacerlo, incluso sabiendo que era lo mejor. 

-	Dani. – Un susurro me cosquilleó la oreja. Volví a centrar mi mirada en él. - ¿Has intentado matarte alguna vez? 
-	No. Sólo lo he hecho por sentirme… porque me aliviaba. Pero jamás he querido matarme. 
-	¿Crees que puedo hacer que dejes de cortarte? 
-	Con unas palabras no lo vas a conseguir, Justin. Pero tranquilo, por mucho que me autolesione no me voy a suicidar.
-	No, creo que no me has entendido. – Se acercó un poco más a mí y me depositó las manos en la barbilla. – No es solo el hecho de que te cortes. Me daría prácticamente igual si te dejases de cortar pero sigues sintiéndote mal. Yo lo que quiero es que estés feliz, ¿me entiendes ahora? 
-	Sí. – Me salió una sonrisa repentinamente. – Porque ahora lo estás consiguiendo.