Séptimo capítulo: Evasión de la realidad.

Nota: Hola, vuelvo a disculparme por el retraso, lo siento mucho de verdad, pero con los exámenes apenas puedo conectarme. Os compensaré con alguna maratón de 2 o 3 capítulos en cuanto tenga tiempo, lo prometo. Muchas gracias por todos los comentarios y por seguir leyendo la novela. 


Inspiré y exhalé el aire procedente de mis pulmones, mi corazón empezó a latir un poco más rápido, mi cuerpo estaba tenso. ¿De verdad había dicho que yo había sido la razón? ¿Yo? Levanté la vista del suelo hasta clavarla en sus ojos color miel, ojos que transmiten miedo y seguridad, deseo y comodidad. 

-	¿Yo? – Balbuceé.
-	Sí, Dani, joder. ¿Te crees que si me hubiese amenazado con otra cosa seguiría con dos piernas? 

No pude mediar palabra, ¿qué se supone que estaba pasando? Podía preguntar la razón por la cual yo le era tan importante, pero sabía la respuesta, o eso creía. Quizás dijese “Porque te veo como a mi hermana pequeña.” Quizás algo de ese tipo. O quizás no. Pero opté por quedarme con la duda. 

-	Bueno, Justin, yo… - Dije todavía sin hablar decidida. Maldije por lo bajo el temblor de mi voz. – Yo… gracias, ahora es mejor que me vaya. 

Antes de poder llegar a la puerta, noté la presión de su brazo sobre el mío, impidiéndome avanzar. 

-	Estás loca si crees que después de haberte amenazado voy a dejar que estés sola en casa. 
-	Puedo ir a casa de Marlene, o de Josh…
-	No, no voy a estar seguro a no ser que te quedes aquí.
-	¿Por qué te da miedo que me haga algo? 
-	No me da miedo, Dani, pero si puedo evitarlo, que así sea.

Ni siquiera el “Porque eres como mi hermana pequeña.” me dio de respuesta. Es un maldito orgulloso, un egocéntrico. Se dio la vuelta y me indicó con un leve movimiento de cabeza que fuese tras él, subimos por las escaleras y entramos en su habitación. Se dirigió al armario y se dispuso a sacar unas sábanas y una almohada, estaba algo desconcertada. Sin intercambiar palabra alguna, salió de la habitación. Salí tras él.

-	Justin, ¿a dónde vas?
-	Yo duermo en el sofá, tú te quedas en mi habitación. 
Este gesto no me le esperaba, para nada. – No, no voy a dejar que duermas en el sofá y yo en tu habitación, déjame a mí ir a dormir al salón.
-	Buenas noches. – Dijo en tono vacilante y sin dejarme opción a una respuesta, bajó las escaleras. 

Me despertó el sonido del Whassap. Cuando miré el móvil eran las 10:30 de la mañana, el mensaje que me había despertado era una cadena para reenviar. Me quejé en silencio. Salí de la cama y me puse la ropa que dejé tirada en el pie de la cama anoche. Me dirigí al pasillo y me asomé por las escaleras, para ver si Justin seguía dormido. Así estaba. Sin camiseta y con las sábanas tapándole hasta la cintura, con el pelo alborotado. Reprimí la idiota sonrisa que tenía en la cara y me dispuse escaleras abajo, sin hacer ruido. Cuando puse el primer pie en la alfombra del salón, nada más bajar el último escalón, Justin abrió perezosamente los ojos. Musitó una pequeña sonrisa y se incorporó en el sofá.

-	Buenos días. – La manera en la que lo susurró era totalmente irresistible. 
-	Buenos días, Justin, ¿has dormido bien?

Se movió hasta el extremo derecho del sofá, indicándome que me sentase con él. Negué ligeramente con la cabeza y me apoyé en la pared que tenía justo detrás de mí. 

-	Mmmm. – Dijo todavía adormilado. – Con un poco de compañía habría dormido mejor.
-	Siento haberte chafado la noche, don Juan. – reí levemente, incitándole a hacer lo mismo.
-	Me debes una y grande, ¿eh? Mis noches de desfase son sagradas. – Se levantó del sofá y se removió el pelo, dejándolo mucho más despeinado de lo que lo tenía. La sábana cayó al sofá y Justin se quedó en calzoncillos. Noté como el rubor me subía a la cara y se depositaba en mis mejillas, me limité a apartar la mirada y me acomodé improvisadamente el pelo. 
-	¿Quieres desayunar algo? - Le di un pequeño golpe en el brazo ante el doble sentido con el que emitió la pregunta.
-	Estás enfermo, Justin. – Dije entre risas mientras se quejaba falsamente del puñetazo en el brazo. 
-	Vale, vale. Ahora en serio, ¿qué quieres tomar? – Se dirigió hacia la cocina, abrió la nevera y se giró para ofrecerme algo de comida.
-	No tengo hambre, gracias. 
Se acercó a mí y en tono bromista dijo. – Venga, tonta, que has hecho un gran esfuerzo en quedarte en la cama teniendo a esta tentación – Dijo mientras se señalaba. – aquí abajo durmiendo solo.
-	Tienes razón, así que mejor me voy ya a casa para no tener que seguir conteniéndome. – Bromeé. 

No es que no tuviese hambre, pero me incomodaba comer delante de él, bueno, delante de cualquier persona. Me sentía observada por todo el mundo, como si dijesen “Mira como come.” “Qué foca.” Y comentarios de ese tipo. Creo que estaba empezando a obsesionarme, porque en realidad mi figura no estaba mal. Pero la sociedad hace sentirse ‘gorda’ a cualquier chica que no estuviese como un palo. Sentí un leve mareo y me vi obligada a apoyarme en la encimera que se situaba a mi izquierda. Hacía varias horas desde que no había comido nada, quizás algo más que un día entero. 

-	¿Te encuentras bien? Si tanto efecto te causo, me visto. 
Abrí los ojos lentamente, sintiendo un cosquilleo en mi cerebro. “En cuanto llegue a casa como algo.” me dije a mí misma. Tanto tiempo sin comer me estaba debilitando. – Sí, sí. Creo que lo mejor es que me vaya a casa.
-	Amenazada y mareada. ¿Así quieres irte a casa? Eres masoquista, Dani. – Sonrió divertido. 
-	¿Puedes darme algo de comer? – Yo no estaba tan alegre, tenía que enfrentarme a una… ¿fobia? No, quizás a una obsesión de no comer delante de nadie. Pero no podía permitir que eso me hiciese enfermar. 
-	Claro… Coge lo que quieras, ahora vuelvo. 

Elegí una manzana entre la poca fruta que había en un cajón de la nevera, y agradecí la ausencia de Justin para poder comer tranquila. Me sentí algo más aliviada cuando terminé de comérmela. Justin bajaba las escaleras de dos en dos peldaños, con gran vitalidad y sin tropezar en ninguno. Contestó el teléfono que acababa de sonar y, sin ni siquiera responder, puso mala cara. 

-	¡Eres un hijo de puta! ¿Por qué no te mueres y me dejas en paz? 


Barajé la opción de que fuese Paul, pero me extrañó que causase esta reacción en él. Pocas veces, por no decir ninguna, le había visto tan enfadado. 

-	¡Olvídate de mí! – Pegó un puñetazo en la pared, acto seguido, pude divisar como le sangraban los nudillos. - ¡Cierra la puta boca! – Colgó. 


Me quedé allí, con la mirada atónita. Justin subió corriendo las escaleras, pero ya le había visto llorar. Eso hizo que me preocupase más aún, ¿llorar Justin? ¿Desde cuándo? Oí un portazo. Debido a un impulso, subí inmediatamente las escaleras y golpeé con la mano la puerta correspondiente a la habitación en la cual se había encerrado. No obtuve respuesta. Pero no dejé de intentarlo. 

-	Justin, ¿¡qué ha pasado!?


Siguió sin responderme, quizás se debiese más a que no quería que le oyese llorando que al enfado. La puerta se abrió de golpe delante de mí, no pude ver ni el más mínimo rastro de lágrimas, se había lavado la cara. Pero sus ojos rojos le delataban. Se quedó allí parado, enfrente de mí, mirando al suelo, vestido con una camiseta blanca de manga corta y unos pantalones vaqueros algo anchos. 

-	¿A qué se ha debido eso? – Dije un poco más calmada. 

Tan solo se limitó a mirarme, sin mediar palabra alguna. 

-	Entiendo que no quieras hablar de ello. – No podía reprocharle que no me haya dado ninguna explicación. ¿Acaso yo lo hacía? No. ¿Acaso yo no tenía secretos? Mi vida entera era uno. – Pero, ¿estás bien? 
-	Sí, tranquila, era… - Se contuvo. 
-	Vale, da igual. – Retrocedí un poco para dejarle espacio, pero Justin apenas emitió movimiento. – Me voy a ir a casa, ¿vale? No te preocupes, estaré bien. 

Sabía la necesidad que se tiene de estar solo en momentos como este. Un poco de ayuda nunca viene mal, incluso a veces es la mejor solución, sentarse a hablarlo con alguien. Pero conociendo a Justin, sabía que no lo iba a hacer. No iba a echarle la culpa. Yo hacía lo mismo. Huía de mis problemas cortándome en vez de desahogándome con la gente. Salí de la casa y, minutos después, me encontré vagando por las calles. Remangué un poco la manga de mi jersey, y debido a las pulseras que llevaba que se arrastraron con la manga, me quité una costra de mis muñecas. Solté un leve suspiro de dolor. Salió un poco de sangre, nada comparado con la que yo misma me había provocado con la cuchilla. 

Abrí el móvil y miré los mensajes invitándome a fiestas esta noche. “Maldita rutina.” musité, me tomarían por loca si alguien me oyera decir que estoy harta de salir de fiestas todas las noches. Porque ellos ven eso, a una adolescente divirtiéndose entre bebida y chicos. Pero la realidad era una chica fingiendo entre actos que la destrozaban cada vez más.  

Después de horas y horas deambulando por la calle, me fui a casa a darme un baño caliente. Necesitaba relajarme, olvidarme un poco de todo. Sumergí mi cabeza entre las pompas de la bañera varias veces, dejándome más tranquila. Con el chorro de agua cayendo fuertemente sobre mi piel. Cómo me gustaba el sonido del agua cayendo, sobre todo en la lluvia. Me relajaba mucho. Inspiré el agradable aroma de las sales de baño y una vez lavada, me envolví en una toalla blanca. Me sequé el pelo, y liso como siempre lo tenía, me hice la raya a un lado y lo desenredé. Luego me vestí con unos leggins negros y una camiseta blanca holgada que permitía distinguir el color del negro sujetador que llevaba, me calcé mis Uggs, y recogí el baño. 

En la cocina me serví un tazón de cereales con miel, y, antes de que pudiese llevarme una cucharada a la boca, sonó el timbre. Solo rezaba que no fuesen Marlene y los demás para sacarme de fiesta. Le di las gracias a Dios cuando por la mirilla, vi que era Justin el que aguardaba fuera. Abrí la puerta y me hice a un lado, permitiéndole el paso. 

-	Hola, ¿todo bien?
-	Sí. – Se rascó la nuca nervioso. – Necesito que me hagas un favor. 
-	Claro, dime. – Me maldije por precipitarme tanto.
-	¿Puedo pasar la noche aquí? 
-	Por supuesto. – Intenté no sonar demasiado eufórica. – Pasa.


Una vez dentro le dirigí a la cocina, donde supuse que hoy tampoco cenaría. Llevó la mirada hacia mis cereales, luego volvió a posarla en mí. 

-	No quiero interrumpir nada, puedes seguir cenando.
-	No, si en realidad no tengo hambre. – Mentí. – Si te apetecen a ti… - El rugido de mis tripas me traicionó.
-	Anda, tonta, cómetelos. – Dijo riendo. 
-	No, de verdad, no tengo ganas. – Me miró algo más serio.
-	Dani, antes has estado a punto de desmayarte por no comer y ahora me dices que no tienes hambre mientras te suenan las tripas. ¡Come algo! – Alzó el tono de voz en la última frase.
-	Justin, ¡no necesito que vengas a decirme que coma! Es mi casa y mi vida, si no quiero comer, no lo hago. – Absorbí las lágrimas que amenazaban con salir y el sonido de mis tripas me delató de nuevo. 
-	Dani, dame una buena razón para que no comas. Es que me parece tan absurdo… si tienes hambre, come. ¿Qué problema hay?
-	Que no tengo hambre, ese es el problema. 

Si me hubiese tragado mi orgullo, si hubiese confiado en Justin, si me hubiese puesto a llorar, si le hubiese dicho “No me gusto, ayúdame.”, quizás si hubiese hecho algo de eso, ¿habrían cambiado las cosas? Puede, pero a veces somos demasiados cobardes, queremos demostrar que no necesitamos ayuda, que lo tenemos todo controlado cuando en realidad no es así. La culpa de todo nuestro sufrimiento no es de nadie más que nuestra, porque simplemente pidiendo ayuda… 

-	Esta vez creo que me toca a mí dormir en el sofá. – Cambié de tema. 
-	No, no vas a dormir en el sofá. 
-	Ni de broma creas que te voy a volver a dejar machacarte la espalda…
-	Tampoco yo. – Me cortó. – Tu cama es de matrimonio, ¿no? 
-	¿Qué? – reí nerviosa. – No vamos a dormir juntos, Justin. No me confundas con ninguna de esas frescas. 
-	Eh, doña Respeta a todo el mundo sin poner etiquetas se acaba de ir de la lengua.
-	Lo siento. – Me arrepentí de mis palabras, si querían acostarse con él, está bien. Es su vida.  – Rectifico, no me voy a acostar contigo.
-	No, no, dilo más literalmente.
-	¿Es que no te ha quedado claro? Que no lo voy a hacer contigo.
-	Eso está mejor, porque dormir conmigo sí que lo vas a hacer, hace mucho frío, ¿no? 
-	Yo soy calurosa, no me importa dormir sola.
-	Yo friolero, a mí sí me importa.