Cuarto capítulo: Evasión de la realidad. 


Justin seguía sin responder a las llamadas, habíamos ido a buscarle a casa, tampoco estaba, ni él ni su moto. Descartamos la opción de un accidente, ya que si le encuentran herido, el hospital llamaría a alguien de la agenda del móvil y no lo han hecho. 

Y, por otra parte, yo seguía sin trabajo, si antes el sueldo del bar apenas me servía para comer, ahora que no gano nada, tendré que arreglármelas. Sin considerar la opción de robar, claro. Quizás invirtiendo menos en alcohol, aunque parece que ahora sólo vivo para eso. Es triste, pero la realidad es así, es como toca, y, lo que está en tu mano, sirve para retocarla un poco, un poco nada más. En mi caso nada, debido a que no ponía ni el más mínimo esfuerzo para cambiar. Quizás, si cuando empecé a tener problemas conmigo misma hubiese pedido ayuda en vez de recurrir a la cuchilla, estaría en otra situación. Pero me lo callaba, todo lo que me pasaba me lo guardaba dentro de mí, autoestima, problemas familiares, depresiones, estrés… y, una vez que te pases del límite, todo explota. Yo lo hice. Con el portazo que di antes de irme de casa, con la profundidad con la cual me corté, con los puñetazos que pegaba a la pared… Aquí nadie sabe eso, todos creen que soy una más, una más como ellos, una rebelde. Aunque quizás yo también esté confundida, a lo mejor no hay ningún “como ellos”, a lo mejor cada uno tiene su propia historia. No creo que nadie elija esta vida por gusto. Salir de fiesta está bien, pero emborracharse todos los días, liarse con chicos todos los días, eso no está tan bien. 

Tenía que salir a tomar el aire, y qué mejor manera de hacerlo que salir a dar un paseo por los parques de enfrente de casa. Me vestí con unos vaqueros ceñidos negros y rotos, una camiseta blanca algo holgada, y mis botines militares. Sin bolso, sin móvil, sin dinero… Vivía en un segundo, por lo que no me suponía mucho esfuerzo bajar por las escaleras. Una vez fuera inhalé y expiré el aire. Como si me limpiase los pulmones. Como si me regenerase por dentro. Empecé a andar con la cabeza alta, pero no para dar sensación de superioridad, como la mayoría de la gente suele hacer, si no para observar el ambiente en el que estaba. Siempre me fijaba en un detalle nuevo, un árbol, una papelera, una farola… cosas sin importancia, pero que simplemente, nunca te habías dado cuenta de que estaban allí. Quizás por las prisas con las que vamos por la vida, como si quisiésemos conquistar la otra punta del mundo sin saber si quiera qué hay a nuestro lado.
 Me resultó conocida una figura que se aproximaba hacia mí, conocida e incómoda. 

-	Dani, ¿qué ha pasado? 
-	¿De qué? – Me resultaba vergonzoso hablar de ello. Normalmente pasaba de cualquier tema, pero Chaz era alguien que en cierto modo me importaba, y haberle fallado como lo he hecho en el café no me permitía hacer como si nada. 
-	Mi padre me ha dicho que ya no trabajas en el bar, que te has ido, ya sabes, que…
-	No tienes que avergonzarte de decirlo, me han despedido. Pero está bien, ha sido por mi culpa.
-	Ven, anda, seguro que te dan otra oportunidad.
-	No, Chaz. – Digo apartándome de su agarre. – Ya me buscaré algo yo misma sin tener que comprometer a nadie. 
-	Puedes ser ayudante en la biblioteca. – Me suelta del brazo. – No creo que al señor P…
-	No. – Le corto. – No voy a trabajar para nadie que conozca, siempre les acabo fallando.
-	No seas tonta, ¿quieres dejar el orgullo? Se trata del dinero que vas a tener para comer, Dani, deberías coger cualquier oportunidad.
-	Ya lo sé, ya me las apañaré. 
-	¿Vas a comprar alcohol?
-	No, es que no me apetecía estar en casa, ¿tú no deberías estar en el instituto? 
-	Sí, pero estaba agobiado, no sé, nunca me había pasado.
-	¿Te has escapado?
-	Realmente no, he llevado un justificante, la firma de Lisa es bastante fácil. – Siempre me dirigía a ella como su madre, pero Chaz era incapaz de hacerlo, siempre la llamaba Lisa, no sé si era porque no le gusta demasiado, aunque es una mujer encantadora, o porque ocupa el mismo lugar que ocupaba su madre años atrás en el corazón de su padre. Creo que no ha superado el divorcio de sus padres. 
-	Oye, ¿estás bien? Tienes la voz como… ahogada.
-	Sí, es sólo que estoy algo nervioso, nunca había hecho pellas. 
-	¿Vas a algún sitio en especial? Es decir, si no vas a ninguna parte, puedes estar conmigo.
-	¿No te importa? Si quieres estar sola lo entiendo. – Niego con la cabeza en señal de respuesta.


Recorremos gran parte del camino sin apenas cruzar palabra, aunque no es un silencio incómodo. Su compañía no me molesta. No me atrevo a volverme para mirarle, Chaz es un chico atractivo, pero por la relación que tenemos, sé que no vamos a llegar a nada más, y eso me reconforta, aunque sé que es un sentimiento egoísta, no quiero perderle, es una de las pocas personas cercanas a mí, incluyendo a Justin y a Marlene. A no más de 30 metros, al lado de un banco, distingo a gente de mi grupo, rápidamente, acelero el paso y me dirijo a la dirección contraria a ellos, espero que Chaz no se dé cuenta. 

-	¿Por qué damos la vuelta? – Dice siguiéndome el paso.
-	Mejor vamos para la biblioteca, a visitar al señor Preston.
Sin poner objeción alguna, asiente y me sigue. No tenía especial ganas en visitarle, pero no quería que viesen a Chaz. Siempre que le ven le llenan de insultos y se dirigen a él con comentarios ofensivos, en más de una ocasión me he metido en peleas por defenderle. Y esto es algo que nos gusta tan poco a él como a mí. A él por la idea de necesitar ayudar, y a mí por la de dársela. Hacía 3 días desde que me habían echado del bar, por lo que es viernes, la biblioteca apenas tendrá algo de gente. Por no decir ninguna. 

-	Chicos, ¿cómo vosotros por aquí? ¿Y tú Chaz, en horario de colegio?
-	No me sentía precisamente bien, y he decidió salir.
-	No cojas ejemplo de esta señorita. – Me señala. - ¿Eh? 
Me río, porque es lo más sensato que puedo hacer. – No ha tenido nada que ver conmigo, me le he encontrado en la calle.
-	Cuando deberías estar trabajando… 
-	¿No sabe que me han…
-	Sí, Tom me ha dicho que te han echado. – Dice antes de que pueda acabar la frase.
-	Señor Preston, ¿verdad que usted estaría encantado de tenerla como ayudante? 
-	Chaz, cállate. – Le susurro mientras le doy un codazo en las costillas.
-	Sólo si me demuestra que es lo bastante responsable.
-	No, señor Preston, se lo agradezco, pero no. 
-	Claro, como tienes todo el dinero del mundo no te hace falta, ¿verdad? – Recalca con ironía. - ¿Vas a ser quisquillosa con los trabajos que te ofrezcan? 
Decido no contestar, me fui de casa para no obedecer a nadie, para ser más libre, no para vivir el mismo infierno. – Lo siento, pero tengo que irme, nos vemos luego.


Con lágrimas en los ojos, salgo corriendo de allí, voy subiendo las calles con la esperanza de que Justin esté en casa. Me inunda la sensación de soledad, de no tener a nadie. Considero a Marlene mi mejor amiga, pero no de la forma en la que me gustaría que lo fuera, no sabe nada de mí, ni siquiera tenemos conversaciones íntimas. Sólo me cae bien, ya está. Chaz tampoco sabe mucho más de mí, él no suele tener problemas en casa, por lo que dudo que no me tome por loca si le contase los míos, pensaría mal de mí si viese los cortes de mis muñecas y no me dejaría darle una explicación. Y luego está Justin, quien sólo sabe que me marché de casa porque no aguantaba más. Me hace sentir bien, pero sin querer, porque no sabe cómo me siento por dentro. Creo que nadie lo sabe, y no importa cuanta gente haya a mi alrededor, no importa si no saben qué me pasa. Me voy a sentir sola siempre que me sienta como si estuviese escondiendo algo. 

Ni siquiera sé si hay gente alrededor de su casa, las lágrimas me provocan una visión borrosa. Sé que su moto no está, cosa que me hace perder la esperanza de que me abra la puerta. Y como yo misma he deducido, no la abre. ¿Y si me vuelvo a ir? Nadie me echaría de menos mucho tiempo, quizás necesito otro cambio de aires. Pero aunque fuese lo que más desease en el mundo, no tengo el valor suficiente. No es por la casa, es por un vínculo más fuerte que me hace quedarme aquí, Justin. Aunque él se ha ido sin decir nada, sin dejarnos la certeza de si volverá o no. 

Cuando llego a casa tengo 5 llamadas perdidas en el móvil, aunque ninguna de él, todas son de Marlene. La llamo.

-	¿Dani?
-	Hola, ¿qué pasa?
-	Tía, ¿dónde te habías metido? Ya me estaba temiendo tu desaparición, primero Justin y luego tú. – Se ríe, al igual que yo. La única diferencia es que yo lo finjo. Pero me queda bastante creíble.
-	¿Para qué me habías llamado?
-	Esta noche, fiesta en casa de Josh, te apuntas, ¿no?
-	Claro. – Dije intentando sonar convincente. - ¿A qué hora?
-	A las 12 allí, hay un botellón antes. ¿Vienes?
-	No, mejor nos vemos en la casa de Josh.
-	Vale, hasta luego.
-	Adiós.


Cuando empecé con esta vida, creía que me iba a cansar de fingir mis ganas de fiesta en dos semanas. Pero ya llevo meses, meses en las que vivo una mentira. En las que aparento ser una persona que no soy, sin perderme una sola fiesta, las que en realidad, no me importan nada. 

Intento contactar otra vez con Justin, otro intento inútil, ¿cuántas llamadas llevaba ya? ¿30? De repente recibo un mensaje, que por supuesto, no pertenece a él. 

“Me han dicho que vienes esta noche, ¿quieres que te pase a recoger?
                                                                                       Josh.”
Respondo: 

“No debes de tener muchas pretendientas, ¿eh? Vale, te espero. 
                                                                                Dani.”

Y apago el móvil, ya no me importa si me contesta o no. La cuchilla se vuelve tentadora de pronto, y mis muñecas apetecibles. Ya no sé lo que siento, quizás porque no siento nada. Estoy sola, triste, deprimida, agotada… sentimientos que, en conjunto, no son buenos. De repente el baño parece un buen lugar. Me acuerdo de la primera vez que me corté, hará casi un año. Mis manos estaban temblorosas, dudaba si hacerlo o no. Hoy no, hoy está decidido. El dolor que causa la cuchilla al romper los finos tejidos duele. Mucho. No obstante, eso es bueno, quiere decir que le voy a prestar más atención a ello que a mis problemas. Justo lo que necesito. Una salida. Sin embargo tengo claro lo que quiero, una distracción. No quitarme la vida. Eso nunca. Por eso no presiono con mucha fuerza, solo con la suficiente para que me duele, y ya.

Percibo una fuerte vibración de la calle. La moto de Josh. No salgo hasta que me aseguro que la herida está más o menos disimulada. 

-	¿Vamos cielo? 
-	Claro. – Finjo la sonrisa más grande del mundo, y me monto.

El vestido se me sube, pero no me importa, no estoy pendiente de eso. No estoy pendiente de lo mucho que me aprietan los tacones, ni siquiera del dolor que me perfora la muñeca. De la única cosa de la que estoy pendiente es de la moto, de la moto y de que no es la misma sensación que me produce la moto de Justin.