Tercer capítulo: Evasión de la realidad.

Hacía quince minutos desde que había sonado el despertador, volvía a llegar tarde a trabajar. Conseguí un pequeño empleo en el bar que hay en la esquina de mi calle, el salario no me da para caprichos, pero es suficiente para comprar comida. 

Me encerré en el baño, sin prisa alguna aunque me estuviese jugando el puesto. Abrí el grifo del agua, la puse lo más caliente posible, y una vez desnuda, me metí en ella. Intentaba relajarme con cada gota. No pensar en nada, pero los pensamientos me penetraban en la mente. Me enjaboné, me aclaré el pelo, y me envolví en mi albornoz. Me dirigí al armario y escogí una camisa de seda, y unos shorts vaqueros. Cogí unas Converse blancas bajas, y salí de casa no sin antes coger el bolso. En los 5 minutos que me supone llegar, pensaría en alguna excusa, pero al final, me decantaría por la de siempre.

-	Lo siento, me he dormido.
-	Daniela, en los dos meses que llevas te has atrasado… ¿20 veces? ¿No eres consciente de la gente que desearía tener este puesto?
-	Lo sé, Tom, lo siento.
-	No, Daniela, empieza a tomarte las cosas en serio, un atraso más, y estás despedida.

Que me despidiese es una opción con la que no podía contar. Ni siquiera tengo nada ahorrado para devolverle a mi padre. A estas horas de la mañana el bar estaba repleto de personas ancianas tomando café o té mientras leen el periódico. Hace no más de un mes conocí al señor Preston, un bibliotecario sin ganas de jubilarse. Dice que el olor de los libros le llena de vida, y que cada libro que presta, le rejuvenece. Me cayó bien por lo ingenioso que es, su mujer murió hace poco y ahora llena su vida viniendo al bar.

-	Hola señor Preston, ¿un té de frutos rojos?
-	No, hoy no. Quiero probar algo nuevo.
Su respuesta me desconcertó. – Vaya… ¿uno de la India mejor? 
-	Sí, claro, ¿por qué no?
-	¿Cómo es que ha decidido cambiar? 
-	Uno se cansa de la rutina, todos los días, a la misma hora, el mismo bar, el mismo té…
-	¿No sería más novedoso cambiar de bar? Sería un cambio más grande.
Se limitó a sonreír mientras sacudía la cabeza, al no obtener respuesta, fui a prepararle el té. 

En el bar trabajábamos 4 personas, Tom; el dueño del local, Lisa, su mujer, su hijo Chaz y yo. Chaz fue el primer amigo que hice cuando vine aquí. Aunque él no sale con nosotros, dice que estoy rodeada de mala influencia. 

Las mañanas en el bar se me hacen entretenidas, trabajo de 10:00 a 14:30, como con Chaz allí, a pesar de las miles de veces que les he dicho que no era necesario que me invitasen, pero se ha convertido en un hábito.

Mi móvil vibra en mi bolso, se me ha olvidado encender el sonido.

-	¿Sí? 
-	Hola Dani, ¿te vienes a comprar la bebida?
-	Hola Marlene, claro, ¿a dónde vais? 
-	Supongo que al bazar del parque, 10 euros.
-	Me voy a arruinar, me pagan 15 al día…
-	Sabes que siempre puedes robar. 

“Prefiero morirme de hambre, a robar para comer.”, pero me lo ahorro.

-	Te cuelgo, voy a para allá.

Para llegar al bazar sólo tengo que cruzar la calle del bar, cuando lo hago, vislumbro a un grupo de 10 personas, estos son los míos. Acelero el paso sin llegar a correr, elevando la mano para saludar a los dos o tres que se han girado al oírme.

-	Dani, el dinero, venga chicos, ya tenemos bote.
-	Eh, ¿cómo es que soy la única que pone 10? 
-	Con tu dinero compramos una botella, con el de todos los demás, otra…
-	¿Y ya?
-	No, las demás, a la chaqueta. Ser honrada te va a salir caro.

Después de unas cuantas mofas, doy el dinero. Espero afuera, solo han entrado Pat y Martin, somos ocho fuera del local; Marlene, Rich, Chris, Rob, Leila, Peter, y yo. Nueve. Falta Justin.

-	Marlene, ¿no ha venido Justin? – Digo, casi susurrándola.
-	No, no nos ha cogido el teléfono.
-	Espera, que le llamo.
Nada, el contestador. – No, parece ser que no está.

De repente siento menos ganas de salir esta noche, pero ya no me voy a echar atrás. No tardan más de 10 minutos en salir con dos botellas en una bolsa, y unas cuantas escondidas en los laterales de la chaqueta.

-	¿Quién las guarda? 

Se oye un continuo ‘’ Yo la lleve la otra vez.”, “A mí no me toca.”, “No me miréis a mí…”

-	Dádmelas, las guardo yo. – Ofrezco la mano para que me cuelguen la bolsa de las botellas. – Meted también las de las chaquetas. 

Recibo un par de caricias divertidas en el pelo por parte de los chicos. 

-	Las voy a guardar, nos vemos esta noche.
-	¡A las 11! 

Asiento con la cabeza y me voy por el mismo camino por el cual había venido. Me introduzco un auricular por cada oído, agacho la cabeza, y me dirijo hacia casa. En no más de 5 pasos alguien se choca contra mi hombro. Dejo escapar una exclamación de dolor. 

-	Perdona,… ¿Dani? 
-	Ah, hola Chaz, ¿qué haces por aquí? 
-	Ir al insti, me toca laboratorio. – Era obvio por la mochila que llevaba en la espalda.
-	Ah vale, pásatelo bien. – Dije distinguiendo cierto toque de ironía. 
-	¿Quieres que te lleve la bolsa hasta casa? 
-	No, gracias, vete ya, no vaya a ser que llegues tarde.
-	Bueno, como tú al trabajo, y ¿acaso te preocupa? 
-	Ya, pero no son los mismos tus padres que los profesores.
-	Tienes razón, nos vemos… ¿luego?
-	Supongo, ¿te quieres venir con nosotros esta noche?
-	Qué va, mañana tengo examen…
-	Vale, pues te veo mañana en el café.

Hizo un gesto con la cabeza y le perdí de vista. Sólo veía a Chaz cuando iba a comer al bar, y poco más. Le vería más a menudo si fuese al instituto, pero hace tiempo ya que decidí dejar de ir. Antes de meterme por la calle que conducía a mi piso, subí dos calles más para arriba, en dirección a la casa de Justin. Vivía por unas calles algo peligrosas, creo que esta es la primera vez que voy sola, pero de día no me da miedo. Número 42. Aquí es, nadie contesta a la llamada del timbre, no debe estar en casa. Dirijo la vista hacia la acera de enfrente, su moto tampoco está, no hay duda de que ha salido a algún sitio. Esquivando algunos comentarios groseros, vuelvo a bajar la calle, no sé qué hacer después de dejar las botellas en casa, hasta las 11 queda mucho. Tuerzo la llave un par de veces hasta que se abre la puerta. Meto las botellas en el congelador, y vuelvo a salir de casa. Vago por las calles sin rumbo alguno. Es martes, así que no hay mucha gente por las calles, a excepción de algunos ancianos con niños pequeños. Sigo andando hasta toparme con la fachada de la biblioteca del señor Preston, una vez allí, me dirijo a entrar. Al señor Preston se le iluminan los ojos, voy hacia él. 

-	Daniela, qué sorpresa, ¿qué haces aquí? 
-	Venía a verle.
-	Te lo agradezco, la verdad. También podrías hacer una visita a los libros.

He perdido la noción del tiempo, cuando alzo la vista hacia el viejo reloj de pared del centro, son las 20:30. Todavía tengo que prepararme para salir esta noche.

-	Bueno, señor Preston, me tengo que ir, ha sido un placer.
-	¿Te vas a acostar ya?
El comentario me produce risa. – No, pero que quedado para esta noche y tengo que arreglarme.
-	¿Que has quedado, de fiesta? 
-	Sí… 
-	Alcohol, sexo y drogas lo entiendo yo. 
-	Lo entiende bien, entonces.
-	¿Te gusta eso? ¿Con 17 años salir todos los días de fiesta, Daniela? ¿Destrozándote el cuerpo y… haciéndolo con chicos?
-	No me emborracho todas las noches, ni tampoco me acuesto con chicos, le agradezco el interés, pero sé cuidarme, señor Preston.
-	Bueno, cada uno elige la forma de vida que le hace feliz, tampoco estás delinquiendo, así que no haces nada malo. 

Me despedí de él, y en dirección a mi casa recordaba que me había dicho que cada uno elegimos la vida que nos hace feliz. Yo no tengo seguro haber elegido esto. Yo llegué aquí, y esto fue lo que encontré. Ni siquiera me hace feliz. 

Salgo de casa a las 11 sin apenas haber cenado, sé que el alcohol me hará más daño, y me causará más efecto. Pero no tengo hambre, aunque por dentro, estoy vacía. Tanto en comida como en todo. Llevo unos pantalones de cuero negros cortos, con una camiseta gris de algodón de media manga metida por dentro. Los tacones son los mismos que los de ayer. Oigo un silbido a lo lejos. Es Josh. 

-	Eh, Dani, ¿vas al descampado? 
-	Sí, ¿vais vosotros también? 
-	Sí, bueno, mi grupo sí va, yo paso, ¿te acerco? 
-	¿Por qué no vas? 
-	No me apetece mucho. – Dice aparcando la moto. - ¿A qué hora has quedado? – Se dirige a mi lado. 
-	Ahora, a las 11. 
-	Qué puntual.
-	¿De verdad que no te importa llevarme?
-	Qué va, sube.


Siempre me ha gustado montar en moto, aunque sé que sin caso y a esta velocidad, es un grave riesgo, pero me encanta la sensación de adrenalina, la sensación de libertad que me produce el aire cuando choca contra mi cuerpo. Aunque no es la misma sensación que cuando monto con Justin, y no es porque la moto sea diferente, sino porque con Justin voy más segura, incluso yendo más rápido. Se ve a un grupo de personas en lo alto de la colina, nadie a los que no pueda reconocer.

-	Ya me puedes bajar, gracias Josh.
-	No se dan. Pásalo bien. 


Hago una mueca de agradecimiento y me dirijo a donde abunda la multitud. Cuando me despierto me duele la cabeza, resaca. Pero agradezco haber acabado en mi cama, aunque no tengo ni idea de si vine sola, o si me acompañó alguien. Apenas recuerdo qué pasó anoche, aunque supongo que lo de siempre. En cambio, si puedo recordar que Justin no estaba. Son las 11:30, tendría que estar en el bar hace más de una hora, pero en estos momentos, poco me importa que me despidan. Aún así, no puedo evitar sentirme culpable, Tom y Lisa siempre han estado cuidándome. 

-	Bar “Sweet Smooke”, ¿qué desea?
-	Mmmm, ¿Tom? 
-	¿Daniela? Espero que tengas más que claro que estás despedida.
-	Sí, lo sé, sólo llamaba para pedir perdón.
-	Vale, Daniela, pero eso no arregla nada. “Perdón” no te sustituye aquí. 
-	Ya lo sé, aún así me siento… - ¿Avergonzada? No, no lo estaba. – Culpable, me siento culpable por haberos fallado.
-	Confiamos en ti, Daniela, creíamos que ibas a ser responsable con este trabajo, y más cuando no tienes nada. 
-	Y estoy agradecida por haberlo tenido, pero el compromiso no es lo mío, no ahora mismo. 
-	Bueno, en todo caso, sigues pudiendo venir a comer siempre que quieras. 
-	No, Tom, no es justo. Si no estoy con vosotros ayudándoos en el bar, tampoco lo voy a estar para comer. Os lo agradezco, pero me buscaré la vida. – Cuelgo.

Y tanto que tenía que buscármela. Pero hoy no, hoy me voy a volver a tumbar en la cama.