Sinopsis-capítulo: Evasión de la realidad. 

Han pasado ya 3 meses desde que cerré la puerta de mi casa por última vez. 
Mi madre me dijo que iba a llegar un día en el cual me diese cuenta de la tontería que había cometido. Sigo esperando ese día, porque desde que me fui, no ha habido un solo día en el que me haya arrepentido. Generalmente, no ha cambiado nada, excepto el hecho de que ahora vivo sola en un piso el cual tengo que pagar a mi padre. Después de que no me dejase otra opción que aceptar que él me pagaría el alquiler, le prometí devolverle el dinero. Todavía me pregunto por qué decidió eso, justo antes de que me marchase. 
Cuando me integré en un grupo de, por llamarlos de alguna manera, amigos, creía que no iba a poder seguir adelante, que este mundo no estaba hecho para mí. Hasta que no me quedó otra opción que cambiar. Cambiar de vida, cambiar de forma de pensar, cambiar de personalidad, cambiar de persona. O a lo mejor no he cambiado, a lo mejor me he encontrado a mí misma. 
Marlene, a la que puedo considerar mi mejor amiga, me dijo que no iba a durar ni un solo día aquí. Me encanta demostrarla que estaba equivocada. Justin también me dijo ‘’O pisas, o te pisan.” y tampoco estaba en lo cierto. Por donde yo camino no tengo la necesidad de pisar a nadie, pero tampoco permito ser yo la pisada. El único consejo contra el que no tengo objeciones, es el de ser honesta, el de ser buena persona. La gente tiende a menospreciarme por mi exceso de tachuelas, roturas en los vaqueros, y cueros que suelo llevar. Etiquetas que te pone la sociedad. A mí me tachan de rebelde, pero en mi vida he robado o pegado a nadie, ni lo pienso hacer. Al principio este hecho me molestaba, pero he aprendido a no dejarme influenciar por lo que me diga la gente. Y, las cosas más útiles e importantes para la vida, las he aprendido por mi cuenta, cayéndome y levantándome, curándome y evitando los golpes que esta te da. 

No puedo evitar emitir una pequeña sonrisa cuando oigo el tono de mi móvil. Oír algo de música siempre se agradece, quizás sonrío por eso, o quizás porque el móvil me avisa de que es Justin el que llama. 

-	¿Sí? 
-	Daniela, nos han invitado a una fiesta en casa de las Saenders, ¿te paso a buscar? 
-	¿Qué pintamos en casa de esas pijas? 
-	¿Estás celosa?
-	¿De esos palos? – No había terminado la frase, podría seguir con un “¿De esos palos? ¿De esas chicas que tienen todo lo que quieren con un simple chasquido de dedos? ¿De esas con las que no paras de tontear? ¿De esas aspirantes a modelos? Sí, lo estoy.” Pero me limito a ocultar esa faceta, y a mostrar la dura. – Ni de broma, Biebs, ¿vais a ir todos?
-	Claro, ¿cómo no íbamos a ir a una fiesta en una supermegamansión gratis? Además, ponen ellas el alcohol y todo. Es un chollo.
-	Prefiero no ir, mañana me contáis cómo os ha ido. 
-	Como quieras, si te arrepientes, llámame, pero en 10 minutos salgo, así que decídete pronto.
-	Ya lo he decidido, me quedo en casa. Adiós. 
-	Adiós, Dani.

Y me vuelvo a encontrar en frente del espejo, con mis leggins negros despedazados, mi jersey gris, y mis zapatillas de estar por casa. Hacía poco tiempo desde que había dejado de atemorizarme frente a la imagen que reflejaba en el espejo. Y creo que ir a una fiesta en la cual abundan chicas sin una mínima curva, no iba a ayudarme de mucho. Me podía considerar atractiva, y desde mi punto de vista, soy mucho más ‘’apetecible” a esos sacos de hueso, pero esa era mi idea, la mía en contra a la de la sociedad. Siempre que me cambio, intento evitar mirar mis muñecas, llenas de cortes. ¿Cuántos podía tener? ¿10 en cada una? Me había decidido mil veces a dejarlas cicatrizar,  pero la única forma de distraerme. Me aliviaba sentir que el dolor de mis muñecas era mayor al de mis problemas. 

Mi teléfono vuelve a sonar, pero ya no lo cojo con tanto entusiasmo, aunque es la misma música, ya no es Justin el que llama.

-	Hola Marlene,  ¿estás en la fiesta?
-	¿¡QUÉ!? Oye tía, ¿¡dónde estás!? 
-	Marlene, ¿Marlene, me oyes? – Era obvio que no, y menos con mi tono de voz, pero no me apetecía subirlo. 
-	Tía, no oigo nada, pero a lo que iba, ¿¡estás en la fiesta!? 
-	No, estoy en casa.
-	¿¡Dónde!?
-	¿Puedes irte a un sitio tranquilo? 
-	Espera. Ya, ya, dime, ¿estás…?
-	En mi casa.
-	¿¡QUÉ!? Ven ya, tía, esto es la hostia. 
-	Seguro, pero no me apetece mucho, no me encuentro muy bien…
-	¿Qué te pasa? 
-	A… - No, no podía decir autoestima. – Nada, que no me apetece. Pásatelo bien. 
-	Bueno, mañana vienes al botellón, ¿no? 
-	Claro, mañana nos vemos. 

A veces me pregunto qué hago con mi vida, si es esto lo que de verdad quiero, pero estoy perdida. No sé qué responder. Pero es lo que he encontrado, no son la clase de personas con las que te puedes sentar a contarles tus problemas, porque se reirían de ti, te dirían que no encajas. Y eso es lo que menos necesito, volver a sentirme excluida, que no sola, porque no importa toda la gente que me rodea, siempre estoy sola. Ni siquiera creo que sería buena idea contarle cómo me siento a Marlene, y esto hace que quiera explotar. 
Ya empiezo otra vez, ya empiezo a obsesionarme, mis pensamientos me empiezan a ahogar, me cuesta respirar, pero no, no puedo volver a meterme en el baño. No puedo permitirme coger la cuchilla. No otra vez. 
Me dispongo a abrir el armario, tengo varios vestidos entre los que elegir. Normalmente no empleo tanto tiempo en escoger qué vestido me voy a poner, pero si voy, tengo que hacerme notar. Al final escojo un vestido azul oscuro de un material duro, con un forro negro. El vestido apenas me llega a la mitad de los muslos, pero las mangas tapan hasta los codos. El vestido, al ser ceñido, marca mis curvas. Me dirijo hacia las baldas del baño donde guardo el maquillaje, saco un poco de base y lo deposito en mis muñecas, para disimular mis cortes. Luego, con raya y un poco de sombra negra, me difumino los ojos. Me calzo unos tacones de charol negros. El resultado me satisface, sí, voy a salir.

1 tono, 2tonos, 3 tonos.

-	¿Sí? – La voz de Justin suena algo ronca, justo igual que cuando está borracho.
-	Justin, ¿estás borracho?
-	No, ¿qué pasa? 
-	¿Me puedes venir a buscar?
 Deja escapar una pequeña risa. – Claro. Espera 10 minutos. – Cuelga.
Tal y como dice, en 10 minutos oigo las ruedas de su moto. Me arrepiento de haberle llamado a él, borracho como va, podría haber tenido algún accidente. Me hace una mueca para que me suba a la moto con él. 

-	No deberías estar celosa de ellas, en todo caso, al contrario.

No sé si es debido al ruido que hace el motor de su moto, o a lo desconcertante que me suenan sus palabras, pero no logro oír bien lo que dice.