Huellas del Pasado.
Capítulo 14:
Gracias al cielo, Finnick no estaba ahí para ver esa escena, se había retirado a su cuarto minutos antes que los Hawthorne se fueran. 
Ya es hora de ir a dormir, así que me despido de todos; subo rápido a mi habitación y, ni bien me recuesto, me quedo profundamente dormida, entonces vividas imágenes se presentan en mis sueños: me encuentro en La Pradera con Finnick, el chico se sumerge en el agua y me invita a entrar; estoy sumergiéndome en el agua cuando él se convierte en una especie de monstruo marino, abre la boca y logro ver sus filosos dientes, está tratando de comerme. Grito aterrorizada y salgo corriendo del agua como puedo, yendo en dirección al bosque.
-¡Prim!- siento la voz de un muchacho.
-¿Darius? ¡¿Darius, eres tú?! ¡¿Dónde estás?!- corro hacia donde su voz me lleva; lo veo, está extendiéndome una mano. Yo la tomo, afirmándome a ella; de repente, lo que antes era Darius, ahora es una de esas extrañas mutaciones del Capitolio que fueron parte de los Septuagésimos Cuartos Juegos del Hambre, en los que estuvieron mis padres.
El muto me persigue por toda la Pradera, yo solo corro, con lágrimas de desesperación en mi cara, quiero desaparecer o esfumarme; cualquier cosa estaría bien, excepto estar allí.
Con toda la mala suerte del mundo, tropiezo con la raíz de un árbol; suelto un grito desesperado y ruedo sobre mí misma, para encontrarme cara a cara con la bestia. Ésta suelta un bufido, abre enormemente la boca y… Justo en ese momento abro los ojos.
Reprimo un grito, gritar ahora no es conveniente. Todos están durmiendo, gritar significaría que se levanten y vengan a ver qué sucede. Y sinceramente, no tengo ganas de dar explicaciones.
Me pongo una campera de hilo y recorro los escalones con sigilo, procurando no hacer ningún ruido; quería salir de ese cuarto, y no quería volver.
Voy a la cocina, tomo el frasco de la leche de la heladera y la caliento en la hornalla, cuando está en el punto justo (ni muy fría, ni muy caliente), la paso a una taza y me dirijo al living. Me siento en el sillón, el mismo en el que me senté con Finnick cuando le mostré el libro de mi madre, y tomo mi leche de a pequeños sorbitos. Me sobresalto al oír una voz.
-¿No puedes dormir? – Finn viene hasta mí y se sienta en el sillón, a mi lado.
-No ¿y tú?
-Tampoco- pasan unos minutos, que me parecen años, antes de que él vuelva a hablar- Yo… quería disculparme por no haberte hablado estos días.
-¿Vas a decirme por qué estabas enojado?- nos miramos a los ojos, él baja la vista.
-No… olvídalo, no vale la pena- se sonroja un poco- Dime ¿por qué no puedes dormir?
-Oh, yo… tuve una pesadilla- contesto secamente, dejo mi taza en la mesita ratona que tenemos en frente. Él me observa.
-¿No vas a contarme?- niego con la cabeza- ¿Tan mal estuvo?- asiento, Finnick me abraza.
-Extrañaba que me hablaras- digo escondiendo mi cara en su pecho.
-Esa es la razón por la que no podía dormir- toma mi cara delicadamente entre sus manos y me mira a los ojos- No podía dormir tranquilo estando así contigo. Te extrañaba.

*Te extrañaba* esas palabras suenan tan bien en su boca.
Los ojos de Finnick van de los míos a mis labios, resistir la tentación de besarlo se me hace cada vez más difícil.
El muchacho recorre con la punta de su nariz toda mi mejilla, acariciándola, y luego para en mi oído; habla de manera seductora, en forma de susurro:
-Espero… que no te muevas esta vez- yo suelto un suspiro.
-No- digo con un hilo de voz. Finnick vuelve a hacer el mismo recorrido con su nariz, me mira a los ojos una última vez y acorta la distancia entre nosotros.
Es casi increíble la forma en que nuestras bocas encajan, como si fueran piezas de un rompecabezas.  Los labios de Finnick se mueven en los míos tímidamente al principio, pero a medida que van conociendo la zona, se mueven con más libertad y confianza, trato de imitar sus movimientos como puedo, pero lo logro torpemente; Finn baja sus manos de mi cuello, una la posa en la cintura y con la otra, me acaricia suavemente la espalda; me acerca más a él y profundiza el beso.
Siento una mezcla de sensaciones en la boca del estómago que no puedo explicar con palabras. En este momento no existe nada más, nada, solo nosotros. Solo sus labios.
Comienzo a quedarme sin aire, y noto que a Finnick que pasa lo mismo, así que, aun que no queramos, nos despegamos; nuestras respiraciones están agitadas, mi corazón amenaza con saltar de mi pecho y mi cara está roja como un tomate. Ni hablar de mi cabello, que seguramente está todo revuelto.
- Finnick…- digo entrecortadamente, él se lleva un dedo a la boca en señal de que me calle, una sonrisa enorme se dibuja en su cara, al igual que en la mía. Me rodea con sus brazos.
-¿Quieres que duerma contigo?- pregunta tímidamente- Puedo hacerte compañía, te ayudaré a dormir. Y si tienes pesadillas, estaré ahí para ti- yo lo miro, y con una pequeña sonrisa, le asiento. Él se levanta, me toma de la mano y me dirige a mi cuarto.
Se recuesta en mi cama y hace señas para que me acueste a su lado, le hago caso. Apoyo mi cabeza en su pecho, él empieza a acariciar mi cabello con dulzura. 
-Que duermas bien, princesa- me susurra, levanto la vista. Nos miramos y le doy otro suave beso, podría vivir de sus labios mi vida entera. Vuelvo a colocar mi cabeza en su pecho, bostezo. 
Y así, abrazados, con Finnick acariciándome el cabello, vuelvo a dormirme. 
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Lo sé, morí yo también :3